Lunes, 12 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6266.
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«¿Piso 'patera'? ¿Qué es 'patera'?»
Las familias rumanas del barrio de La Salut de Badalona defienden su forma de vida y niegan vivir hacinados
JORDI RIBALAYGUE

BADALONA.- Es pequeña y fría. Según sus inquilinos, «una porquería».No obstante, las dos familias rumanas que viven en una de las viviendas patera que han encendido los ánimos en Badalona no hallan inconveniente a su forma de vida. «Nosotros trabajamos», dice Mamay Yionel en un castellano tosco, que parlotea gracias a las películas españolas que la televisión rumana emite sin cesar. Pese a las quejas de los vecinos en el barrio de La Salut, los inmigrantes no se sienten perseguidos y alaban España como tierra de las oportunidades.

«¿Piso patera? ¿Qué es patera?», pregunta Fabián Jon, un rumano que ahora reside en Badalona tras recolectar fruta en Albacete y en Valencia en los últimos años con un visado. «¡Ah, sí, son barcas! Las he visto por la tele, con africanos y guardias civiles», recuerda Jon, que vive con su familia y la de Yionel hacinadas en los apenas 50 metros cuadrados de un piso de la calle Echegaray con patio interior que comparten con dos vecinos españoles hartos de su presencia. En total, son 14 personas -entre ellos dos bebés y dos niños de 9 y 15 años- las que habitan la vivienda desde que dos familias de etnia gitana, vecinas en una pequeña villa rumana, se trasladaran de su país a Badalona a finales de enero para vivir con unos primos. No hallaron rastro de sus familiares al llegar a la ciudad.

Según los vecinos y el dueño de la vivienda, los anteriores inquilinos se marcharon al ser alertada la Guardia Urbana por la insalubridad de la casa; a las pocas horas se instalaron las dos familias.

Los nuevos arrendados no tienen reparos en enseñar el piso a un extraño. Los colchones soportados sobre sillas y tablones se acumulan en todas las habitaciones por si «llegan primos y amigos»; en la cocina, pilas de platos sucios esperan ser recogidos; y el olor de las cañerías embozadas impregna la casa.

«En Rumanía, vivíamos 13 personas juntas con agua, gas, luz pero no teníamos trabajo», confirma Yionel. Asimismo, conviene que ambas familias recogen «chatarra y hierros» en la calle, pero desmiente que lo acumulen en las habitaciones porque, señala, «está prohibido». También niega que su familia delinca o pida caridad como dicen en el barrio.

«Hay rumanos que roban y ladrones españoles», responde Jon, que califica las manifestaciones de La Salut de «racistas»: «Tenemos derechos. Somos europeos, como los españoles». Jon, que sueña con ganar suficiente dinero para construirse algún día una «casa grande» en su ciudad natal, compara la situación actual de Rumanía con la de «hace 40 años» en España: «Salimos de Rumanía porque buscamos una vida bonita y la hallamos en España, como cuando los españoles marchaban a Alemania».

Pese a que niegan sentirse hacinados, Yionel reconoce que cuando pueda cobrar «800 o 900 euros» al mes piensa marcharse a otra vivienda de Badalona con su madre, su esposa, sus hermanos y su sobrina de ocho meses. Las dos familias comparten un alquiler de 600 euros que sufragan con lo que los hombres ganan cada día.Yionel asegura que cobra entre 25 y 30 euros al día, una cantidad «tremenda» en Rumanía. Jon, como Yionel, es el principal valedor de su familia, aunque en su caso asegura que su jornal es de 70 euros. «En España, ganar dinero es fácil», comenta Jon. Ambos trabajan 11 horas al día y enseñan sus manos manchadas de grasa como prueba.

Sin embargo, sus vecinos aseguran que es falso que los rumanos trabajen en la construcción. «Los vemos aquí todo el día», afirma Vicente Manjabacas, que reside con su madre desde hace 46 años en una vivienda separada por un pasillo de un metro del piso de los inmigrantes. Vicente se declara abrumado por las malas condiciones del inmueble. Cuenta que, en los dos últimos años, se han sucedido en la vivienda diversas familias de entre 15 y 20 personas, a quienes acusa de ensuciar y defecar en el pasillo y la escalera del inmueble, de hacer ruido y protagonizar peleas.Dice que no se queja «por racismo» y que los rumanos «ni acatan las normas de comportamiento ni quieren convivir».

Por su parte, el propietario de la casa, el pakistaní Niam Gul, se queja: «No los puedo echar así como así y la policía tampoco puede hacer nada». «No puedo estar todo el día controlando cuántas personas entran sin mi consentimiento», se defiende. Gul añade que piensa vender el inmueble en los próximos meses.

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