Durante estos días todo el mundo está obligado a hablar bilingüe, es decir, mitad en catalán y mitad en castellano ». Este jocoso cartel fue colgado por las calles de Barcelona el 19 de febrero de 1868 con la firma de Sebastià Junyent, un alpargatero que vivía en Ribera y fue el artífice de la restauración del Carnaval barcelonés a mediados del siglo XIX.
En su sentido más estricto, el Carnaval corresponde a los tres días anteriores al Miércoles de Ceniza, primer día de la Cuaresma.En un sentido más amplio se inicia el Dijous Gras o Jueves Lardero, si bien en muchos lugares empieza en la Epifanía y en otros el día de Sant Antoni. En Barcelona, la celebración del Carnestoltes adquirió una memorable importancia. Hasta el siglo XVI, la nobleza parodiaba los juegos caballerescos y por entonces ya se había generalizado la práctica del baile de máscaras, también conocido como de Disfresses, que tropezaba frecuentemente co prohibiciones de la Iglesia por encontrarlo licencioso. O de los propios gobernantes civiles, a quienes les parecía un despilfarro.
A partir del siglo XVIII la fiesta se popularizó, y la entrada de los segmentos más humildes aportó un nuevo y desenfrenado sentido. Se hicieron famosos los Balls de la Patacada en la calle de les Tàpies mientras que las clases bienestantes seguían con sus bailes de máscaras, primero en la Casa de Comèdies, más tarde en la Llotja, después en el teatro Principal, y por último en el Liceu. También cobró importancia la cabalgata conocida como Rúa, cuyo origen se encuentra en el entierro del simbólico personaje del Carnestoltes.
La inminente abstinencia cuaresmal hacía que todas las celebraciones carnavalescas fueran acompañadas de un gran consumo de carne, principalmente de cerdo y en forma de embutidos. El Dijous Gras la gente solía salir al campo para comer tortilla de butifarra, y también es la fecha de la escudella. El Miércoles de Ceniza se salía de excursión para efectuar el entierro de la sardina, un ritual de humor negro y desenfreno.
Como representaciones más brillantes permanecen las de Vilanova i la Geltrú, Reus y Solsona, entre otras. Los orígenes del carnaval de Vilanova están documentados desde 1600, aunque tiene características de los que se celebraban a finales del siglo XIX, que fue una época de gran esplendor con la presencia de los indianos. La celebración mantuvo su vitalidad hasta el inicio de la Guerra Civil, pero después fue prohibido por las autoridades franquistas.A partir de 1955 hubo unos tímidos rebrotes, pero no fue hasta el fin de la dictadura cuando se recuperó la fiesta en toda su brillantez. Las autoridades no sólo esgrimían razones religiosas o económicas, sino también de orden público. El famoso Pich i Pon, durante su mandato como gobernador general de Barcelona después de los sucesos de octubre de 1934, no se atrevió a prohibir la celebración, pero ideó un método para mantener el control de la situación con policías disfrazados mezclados entre el gentío.Pero el invento se vino abajo cuando una pareja de arlequines se cuadró marcialmente provocando el regocijo.
En Vilanova todo se transforma durante la semana de Carnaval, se olvidan los deberes y obligaciones y la villa entera se entrega a los actos que organiza la treintena de sociedades locales.La fiesta empieza el Jueves Lardero consumiendo el plato más característico de la comarca, el xató, y los niños se dedican a manchar de merengue a los transeúntes. Al día siguiente, hay un gran pasacalle de máscaras para dar la bienvenida a Su Majestad, quien va vestido como el rey francés Luis XV, según marca la tradición desde hace más de 150 años. Con su carroza llega hasta el Ayuntamiento, desde donde lanza el sermón satírico que inaugura la fiesta. A partir de ese momento, la inmoderación se adueña del lugar. El sábado, los grupos recorren Vilanova, y al llegar la noche se ocultan con máscaras y se dirigen a los entoldados para celebrar la Nit del Mascarot.
El domingo es el día central de la fiesta. Más de 6.000 parejas, agrupadas en unas 80 comparsas, desfilan saltando al ritmo del turuta, una marcha militar que se convirtió en himno del Carnaval.Los hombres llevan barretina y americana o chaleco del color de la comparsa. Las mujeres visten faldas y lucen mantones de Manila, uno de los símbolos del Carnaval local. A medida que las comparsas van llegando a la plaza Mayor empiezan las batallas de caramelos que cubren el suelo como una alfombra. El lunes ya empiezan a manifestarse signos de agotamiento, el martes aparece el Moixó Foguer, un personaje emplumado con miel, y el miércoles es el día final de la fiesta con la muerte del Carnestoltes, su simbólico entierro y el sermón de despedida.