JULIO MIRAVALLS
«Vi a cuatro Angeles que estaban de pie en los cuatro puntos cardinales y sujetaban a los cuatro vientos para que no soplaran sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre los árboles. Luego vi a otro Angel que subía del Oriente, llevando el sello del Dios vivo. Y comenzó a gritar con voz potente a los cuatro Angeles que habían recibido el poder de dañar a la tierra y al mar: 'No dañen a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que marquemos con el sello la frente de los servidores de nuestro Dios'». Apocalipsis, San Juan.
El Panel Intergubernamental para el Cambio Climático lanzó el 2 de febrero un sumario de 18 páginas del primer volumen de su informe Cambio Climático 2007. El primer efecto ha sido la simplificación a un mensaje apocalíptico, «arrepentíos, pecadores, el fin del mundo está cerca», impartido por profetas que parecen empeñados en crear una nueva religión basada (otra más) en los más atávicos miedos.
El informe, que es serio, estima que a final de siglo podrían haber subido las temperaturas entre 1,6 y 4,5 grados. O algo más. O quizás menos... O sea, hay una horquilla que lo hace una predicción cuántica. La mayoría no tendremos paciencia para esperar a abrir la caja en 2100 y verificar si el gato está vivo o muerto. El estudio analiza escenarios diversos, con más o menos consumo de petróleo y carbón.
Y la diferencia es enorme. Se trata de un problema real con tres variables esenciales: Cómo aumentarán el consumo de energía los países emergentes (China, la India y el Sudeste asiático, que no renunciarán a ser ricas, mientras una octava parte de la Humanidad, que ya lo es, puede plantearse cuestiones de eficiencia). Qué reservas de combustibles fósiles quedan para sostener el consumo actual y su incremento (y a qué precios). Y, por último, cuánto tardarán la ciencia y la tecnología en brindar soluciones energéticas nuevas (no azarosos parches temporales, como lo son en su desarrollo actual lo que llamamos energías renovables) para prescindir de los fósiles.
El mensaje es a los Gobiernos, porque la solución está en dar un paso adelante, avanzar en el desarrollo, y no en dar un paso atrás (podemos practicar como rito supersticioso el apagado de luces cinco minutos seis veces al día, para rogar al cielo: sería media hora de ahorro). La alternativa es un colapso geopolítico global.
El folclórico millonario Richard Branson, arropado por Gore, ofrece 25 millones de dólares «al científico o inventor que tenga una solución para eliminar los gases de efecto invernadero». Es un brindis al Sol pero, publicidades y egos aparte, refleja la clave del asunto: el pueblo soberano no debe dejarse dominar por el pánico, ni dejarse manipular por oportunismos entregando su voto a quien le prometa mayor vigilancia y castigo contra la contaminación, sino prestárselo a quien garantice que va a poner todo su esfuerzo (y el dinero de todos) en investigar un futuro que deje atrás la vieja civilización del fuego. Esa es la respuesta.
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