MADRID. - Juan Ramón Jiménez (JRJ) buscaba en el palomar de su soledad la mercancía del poema. Iba y venía del salón a sus neuras, de la poesía a la prosa, del crepúsculo al verso, como un soplo, como una aparición. Pocos escritores más totales, fecundos y exigentes. Pocos creadores tan conscientes de su mundo y del botín inagotable de su obra. Pocos tan propicios a hacer de su escritura laberinto, como también quiso Pessoa.
En la inmensa obra de Juan Ramón, en su océano de páginas, en su selva de papel -aún indescifrada por completo-, la poesía fue protagonista, y de ahí goteaba todo lo demás. Soñó con el día en que este costado de su obra quedase por fin reunido con esa voluntad total que siempre fue impulso.
Ha pasado medio siglo desde su muerte y ahora, por fin, la obsesión y el empeño quedan recompensados en la edición más definitiva posible de sus poemas, la que reemprendió en los años 80 Antonio Sánchez Romeralo junto a María Estela Harretche y que ahora publica con esmero la editorial Visor. Se trata de la versión definitiva, aumentada y corregida de aquellos 45 libros que el autor de Dios deseado y deseante consideró el núcleo esencial de su obra en verso, su testamento excepcional con el título de Leyenda.
JRJ tenía una fe de eternidad y un hambre de perfección. Escribió bajo el emparrado de una emoción insatisfecha siempre, haciendo, deshaciendo, corrigiendo hasta que el texto era muchos textos a la vez. «Mi ilusión sería corregir todos mis escritos el último día de mi vida, para que cada poema mío fuera todo yo», decía.
Pero para eso hacían falta varias vidas. Juan Ramón Jiménez se empeñó desde 1930 en trazar el cuerpo de su obra completa bajo el título de Metamorfosis, donde se contemplaban ya entonces siete libros de poemas y otros siete más de prosa. La Guerra Civil y el exilio dejaron la aventura en el buche de un cajón, a cobijo, hibernando.
Toda una galaxia
Y allí quedó hasta que más de 20 años después, entre 1953 y 1954, volvió al proyecto monumental de dejar sus versos dispuestos, y con ellos el resto de su obra. El volumen de poesía encerraba 1.364 poemas, miles de correcciones y centenares de versiones, una tras otra. Pero no fue él, sino Antonio Sánchez Romeralo, quien en 1970, quemándose los ojos en el archivo que atesora la Universidad de Puerto Rico (donde se conservan más de 50.000 documentos del Premio Nobel y de Zenobia), puso en pie aquella galaxia escrita con su título original, Leyenda, publicada por primera vez en 1978 en la desaparecida editorial Cupsa.
Por fin estaba ahí el libro clave en la obra de Juan Ramón. El volumen total de su poesía, la antigua y la renovada, el cuerpo mutante de una escritura siempre definitiva, siempre por terminar, esencial para entender las claves literarias del siglo XX en España.
Aquel libro llegó como un acontecimiento, pero Sánchez Romeralo sabía que aún quedaba mucho que desbrozar, y continuó trabajando hasta empeñar la vida en ello. Murió en 1996 tras dejar el cuerpo de esta otra versión definitiva, la más cercana al deseo del poeta, donde ahora aparecen incorporados 64 poemas inéditos de algunos de los ciclos que recorre esta reunión de la poesía juanramoniana, nuevas notas de procedencia y variantes, cambios de títulos del propio poeta, incluso incorporación de nuevas secciones.
«Los poemas de esta edición de Leyenda son poemas revividos, impregnados de una nueva luz descubierta. Textos con un nuevo espíritu. El proceso al que asistimos como lectores es el de haberles dado una nueva vida a partir de la que ya tenían», comenta Harretche. Es una deuda saldada, una de tantas de las que aún se le deben a JRJ.