LUIS ALEMANY
MADRID.-
Cuando Hernán Migoya publicó su primera colección de relatos (Todas putas, Ediciones del Cobre, 2003), se montó tal escándalo que nadie se acordó de preguntarle cuál era su historia con la literatura. «Soy un heterodoxo, me temo», cuenta ahora el escritor. «Vengo del cine, del cómic, del pop... no de los talleres literarios. Y escribo con la misma actitud con la que hago el guión de un cómic. ¡No me voy a poner solemne ahora! Creo que de pequeño quería ser escritor, pero Frank Miller se cruzó en mi camino cuando tenía 14 años... A los 24, apareció el cine y mientras tanto hice algún ensayo periodístico. En un momento dado, me pidieron un cuento para un fanzine. Es gracioso, porque hasta entonces no me interesaban nada los relatos».
El resto del camino es más o menos conocido. La editora Miriam Tey le instó a que completara la colección de cuentos que habría de convertirse en Todas putas. Incluido el célebre El violador, texto al que Migoya debe buena parte de su fama. Sobre todo, de la mala fama.
Algunos colectivos feministas consideraron que el relato era una apología de la violencia sexual y lo relacionaron con la posición política de Miriam Tey, que por entonces (los últimos meses de la era Aznar) era directora del Instituto de la Mujer. Hubo manifiestos a favor y en contra de Migoya que, convertido en carne de cañón política, desapareció del mapa. Hasta ahora, cuando publica una nueva colección de relatos, Putas es poco, editado por Martínez Roca.
El sedentarismo
«¿Que qué he hecho durante este tiempo? Pues casarme, por ejemplo», cuenta Migoya. «Con una chica peruana. Me enamoré hace un par de años en Lima, descubrí el sedentarismo y el país. Seguramente nos vayamos a vivir a Perú pronto. Todo está más vivo allí, hay más instinto. Nosotros somos los romanos en plena decadencia y tenemos a los bárbaros ahí, llamando a la puerta. Estoy deseando pasarme al otro lado».
En su nuevo libro de relatos el autor retrata los ambientes literarios de Barcelona, «con todo ese esnobismo burgués bienpensante». Los escritores, como no podía ser menos, se títula la pieza y unas páginas más allá aparece otro relato llamado El violador 2. En resumen, 18 páginas en las que el escritor ofrece la versión Migoya de aquella primavera de 2003.
«Sí, claro, soy misógino», responde a la pregunta de un periodista que le insta a hablar del relato. «Intento reírme de mí mismo», explica Hernán Migoya. «Yo me creé este personaje que tengo básicamente para ligar, porque antes era muy introvertido y no me comía nada. Lo que pasa es que ese personaje lo exploto, lo empleo para manipular a la gente y acabo por sentir hastío. Es sano contarlo así, creo».
«El otro motor de mi obra», continúa Migoya, «es el desengaño. Pero eso es normal: cualquier escritor con pulsión sentimental, y yo lo soy, nace del desengaño».
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