El horror individual en la guerra, en este caso entre los soldados perdedores, fue ayer el gran protagonista en el Festival Internacional de Cine de Berlín, de la mano de Clint Eastwood y con un mensaje pacifista que no escatima en crudeza y prescinde de cualquier rastro de heroísmo.
«Defender esta isla es inútil, toda esta guerra es inútil», clama al comienzo de Cartas desde Iwo Jima uno de los actores principales, un panadero que no sabe si conocerá a su hija, mientras cava unas trincheras que, como la propia guerra, no servirán para nada ante el masivo desembarco de los estadounidenses.
Eastwood, que fiel a la tradición de las estrellas de Hollywood ayer se hizo esperar para la rueda de prensa, acomete en esta ocasión un proyecto -fuera de concurso- sin precedentes en la historia del cine. Un díptico desde los dos lados dentro de una misma batalla, la de Iwo Jima (1945), isla japonesa del Pacífico desde la que comenzó el principio del fin del imperio del sol naciente en la II Guerra Mundial. En su superficie perdieron la vida 20.000 japoneses y casi 7.000 estadounidenses.
Y tras Banderas de nuestros padres (desde el lado de los soldados de Estados Unidos, los atacantes), actualmente en la cartelera, llega Cartas desde Iwo Jima (desde el lado de los japoneses, los defensores), rodada íntegramente en su propio idioma.
Eastwood confesaba ayer que pensó en rodar esta película mientras dirigía Banderas de nuestros padres. Y entonces comenzó a documentarse y a leer los escritos de los mandos japoneses que participaron en la batalla. A partir de ello esboza un gran fresco de los combatientes nipones a través de sus cartas personales. Unos soldados que no dejan de ser civiles preocupados por su vida diaria y su familia.
«Ahora soy un director japonés que trabaja en japonés», afirmaba entre bromas Eastwood, rodeado de algunos de los actores del filme. «Cuando uno empieza siendo actor, está acostumbrado a todo», sentenció.
El director norteamericano confesaba ayer ser un gran admirador del cine japonés y recordó que en los años 50 en Los Angeles descubrió un pequeño cine donde sólo emitían películas de ese país asiático. Allí descubrió, por ejemplo, a Kurosawa, con quien coincidió en un festival y pudo charlar un rato, pero no trabajar con él, lamentó.
También se proyectó ayer Good bye Bofana, del danés Bille August, que cuenta la amistad entre Nelson Mandela y uno de sus carceleros, encargado de censurar la correspondencia en la prisión de Robben Island. El hoy ex presidente de Sudáfrica pasó en ese centro casi 30 años.
La película se basa en un libro de James Gregory que salió poco después de desaparecer el régimen segregacionista sudafricano, y que ha cosechado críticas al no confirmar nunca Mandela esa supuesta amistad con su carcelero, interpretado por Joseph Fiennes.
El propio actor estadounidense Dennis Haysbert, que interpreta a Mandela, reconocía que «lo más importante» para él era que el líder sudafricano apreciara la obra, y para ello se le envió una copia de la película.