Lunes, 12 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6266.
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 CULTURA
MAÑANA, 'LA FLAUTA MAGICA', POR 7,50 EUROS
¿Se puede vivir sin música?
ALVARO DEL AMO

La flauta mágica de Mozart, ópera entre las óperas, la ópera por excelencia, es en realidad un singspiel, una forma de teatro musical popular, que combina el canto y el diálogo, como la opéra comique francesa o nuestra zarzuela.

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Estrenada en Viena el 30 de septiembre de 1791, dos meses antes de la muerte del compositor, se basa en un libreto de Emanuel Schikaneder (1751-1812), un dinámico y polifacético hombre de teatro alemán, que fue empresario, cantante, actor y dramaturgo, aparte del primer Papageno. El texto literario de esta obra inagotable es una mezcla extraña de acierto y vulgaridad; toca muchos temas (el acceso a la madurez a través del amor y la sabiduría, la tensión entre la luz y las sombras, el gozo de vivir, etcétera), al tiempo que presenta una acción dramática que avanza a trompicones, traza unos personajes de un modo esquemático y al final no se sabe muy bien qué ha pretendido decirnos el autor de un texto tan híbrido.

Curiosamente, y gracias al milagro de la música de Mozart, las limitaciones del libreto sirven de soporte a una obra de riqueza infinita, una de las cimas no sólo de la ópera, sino de la creación humana.

La historia elige el cauce del cuento maravilloso. Tamino es un príncipe sin reino que, perdido en un bosque simbólico, es atacado por un dragón; enseguida, le salvan tres damas, comunicándole que su señora, la Reina de la Noche, tiene una hija, la princesa Pamina, que ha sido raptada por Sarastro, Sumo Sacerdote de las deidades solares Isis y Osiris. El príncipe se enamora de la princesa sin conocerla, como es la obligación de todo caballero andante, y emprende su rescate acompañado de Papageno, un pajarero cobardón y sensual, que busca su media naranja.

El secuestrador Sarastro resulta ser un sabio sentencioso, que proclama la bondad y el saber, desde su puesto como presidente de una sociedad secreta. Y la Reina de la Noche será, alternativamente, una madre que ha perdido a su hija y una mujer vengativa que enarbola un puñal.

El Sol y la Luna, la luz y la oscuridad, fluctúan y se suceden con el orden y, cabría decir, la ambigüedad y el misterio de los días que amanecen y mueren en el crepúsculo; parece que vence el Sol y Sarastro acoge a los príncipes en su templo, pero nadie nos asegura que Tamino y Pamina no se escaparán al caer la noche para departir con la madre y suegra, acompañada de sus tres atractivas damas. El único personaje claramente malo es Monostatos, un sicario ridículo al servicio sucesivamente del Sol (bondadoso, pero quién sabe) y de la Luna (siniestra, pero no te fíes).

Lo que se dilucida en La flauta mágica no es un dilema maniqueo, pues el bien y el mal no son siempre tan fáciles de distinguir. Aquí se propone otra cosa, la certeza de que, para que la existencia terrestre sea soportable, no basta detentar el poder (Sarastro), o buscarlo (la Reina de la Noche); tampoco el hombre se sacia con comida, bebida, una buena esposa y varios retoños (Papageno); ni siquiera la plenitud se alcanza con la entrega dulce y exquisita al amor intenso y al saber enciclopédico (Tamino y Pamina). Para vivir hace falta la música, la música como alimento de primera necesidad.

La música, nos repite Mozart en todas sus partituras y especialmente en La flauta mágica, es la sal de la vida. En el silencio, el vacío retumba y amenaza con tragarnos; rodeados de puro ruido, el desorden del mundo golpea con saña a los pobres mortales, que avanzan a tientas en la negrura del estruendo.

La música pone equilibrio en el caos; nos habla al oído, literalmente, despertando emociones recónditas o inmediatas, alentando una difusa y conmovedora esperanza de eternidad, acompañándonos en las tardes frente a la pared, en las calles solitarias, poniendo un eco luminoso al trabajo, a la pasión, a la fatiga. La música, repite esta flauta cuya magia radica en su misma existencia, no es otra cosa que el latido de la vida resistiéndose a la extinción.

La versión que presenta la colección de EL MUNDO llega de la hacendosa y exigente Opera de Zúrich. Su director musical, Franz Welser-Möst, obtiene un buen resultado de su discreta orquesta, en una lectura ligera y grata. El reparto, presidido por la autoridad de un declinante Matti Salminen, está formado principalmente por jóvenes voces, competentes y bien conjuntadas; destaca la Pamina de Malin Hartelius, bella actriz y refinada cantante.

La puesta en escena de Jonathan Miller tiene la solidez y la coherencia propias de este experimentado regista; sitúa la acción en un ambiente de logia masónica, con sus símbolos enmarcados en una gran biblioteca. Lo onírico y lo imaginativo quedan mitigados de este modo en una lectura sobria y clara, ideal para el espectador poco habituado aún a esta obra gigantesca.

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