Lunes, 12 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6266.
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A LA CONTRA / BARRA BRAVA
El motín de la Bounty
DAVID GISTAU

El Real Madrid de Capello todavía no es la Armada británica como la veía Winston Churchill: «Látigo y sodomía». No lo es porque falta la sodomía: no son tan largas las concentraciones como para que los duros veteranos de parche en el ojo reparen con grumetes e higuaínes la ausencia de mujer. Pero Capello, un poco como el capitán de la Bounty, ha impuesto el castigo de los latigazos ejemplares: Beckham y Cassano atados al palo mayor, expuesta la espalda al vergajo, y el resto de la tripulación convocada en cubierta para que aprenda la lección de disciplina. Pero el abrazo solidario del sábado a Beckham, que viene a ser el teniente Fletcher de esta historia, más la rehabilitación de Cassano exigida por sus compañeros, indica que Capello no ha logrado domar egos con su autoridad. Sino que ha creado en el vestuario una camaradería a la defensiva que le refuta y que huele a motín. O rectifica sus métodos y sus inquinas personales, y entonces, debilitado, cobrará más collejas que el enano de Benny Hill, o mantiene el pulso, y entonces será abandonado en una isla con una damajuana de agua y con Emerson para que le llame Viernes. En todo caso, mientras Calderón pone cara de yo no he sido, el capellismo se resquebraja desde dentro, y su agonía la ha postergado precisamente uno de los represaliados. Eso sí que es una peineta.

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Capello se refirió en términos elogiosos a la muchachada del Bernabéu, y Antiviolencia a punto estuvo de emplumarlo con brea y de expulsarle de la ciudad montado en una mula. En las instalaciones de su club, debajo del escudo del Barsa, Oleguer evacuó la defensa de un terrorista durante una intervención política harto más insensata y peligrosa en cuanto a incitación de la violencia de lo que nadie haya dicho nunca en una rueda de prensa deportiva. Imaginemos la que se armaría si a Raúl le diera por criticar en Valdebebas el proceso de paz o el amago de liberación de De Juana: «¡El Madrí es el ejército desarmado del facherío y de la puta España (de Rubianes)!», clamarían los puretas. Pero ahí está Oleguer, protegido y victimizado por los mecanismos endogámicos de la tribu. Puesto a salvo de las reprimendas porque castigar a un club cuya hinchada llama simio a Eto'o es políticamente correcto, pero ¿quedar como catalanófobos y fachas por aplicar el mismo rasero a Oleguer?, ah, no, a eso no se atreve nadie, salvo Kelme. Laporta ha desvinculado a su institución: ahora sabemos que su propia medida de politización no pasa de someter la imagen universal del Barsa y el escenario del Camp Nou a los delirios ultranacionalistas.

Como los duelistas de Conrad, Sevilla y Betis parecen abocados a perseguirse a través de las semanas sin lograr hacerse la primera sangre de un gol. La vuelta de la Copa zanjará su propia cuestión de honor y determinará el estado de ánimo con que ambos habrán de solucionar sus propias ambiciones, tan ajenas esta temporada. Mientras tanto, los directivos se enzarzaron en el palco del antiguo Villamarín en una tangana mucho menos honorable en la que sólo faltó Lopera gritando lo de la bruja Lola: «¡Te voy a poner dos velas negras!». Se ve que este clásico por entregas va acumulando una tensión que no se desahoga con la guasa y que, más que nunca, tiene desgarrada a Sevilla. Si al día siguiente de la vuelta de la Copa las empresas de la ciudad acusan una subida en el índice de absentismo laboral, que no les quepa duda: serán los hinchas del equipo perdedor que prefieren quedarse en casa a soportar la chufla y que, para justificarse ante el jefe, no presentarán un certificado médico, sino la portada del Marca.

Angel Nieto, el galopín barrial, encarna la época en que el deporte español se encomendaba a los heroísmos individuales, a las apariciones por generación espontánea. Entre todo lo que se merece, qué menos que ver su nombre en la chapa de una calle. Pero no sé si el Ayuntamiento de Boadilla ha reparado en un hecho fundamental: la calle de Angel Nieto no puede numerarse como cualquier otra, sino que, en la acera de los impares, el número 11 ha de saltar al 15. O, si acaso, al 12+1.

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