Lunes, 12 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6266.
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La montaña mágica de Chamberí
El Instituto Homeopático y Hospital de San José está a punto de terminar sus obras de restauración y recuperar el espíritu de su época de esplendor. Inaugurado en 1878, fue uno de los centros esenciales del saber científico madrileño de finales del siglo XIX y principios del XX
SILVIA GRIJALBA

Cuando uno atraviesa la verja, entra en ese jardín perfectamente descuidado, sortea la estatua de San José cubierta de liquen y abre la puerta de esa galería de madera elegante, desvencijada, da la sensación de que falta algo para completar el cuadro... Efectivamente, se echa de menos una aparición, un alma en pena con una palmatoria... o un niño pálido, vestido de época, subido a un triciclo chirriante que te sonríe siniestramente desde el final del largo pasillo.

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Sí, el Instituto Homeopático y Hospital de San José tiene, a primera vista, un aspecto inquietante, de película de mucho miedo. No es casualidad que directores de cine como Víctor Erice o Fernando Fernán Gómez hayan intentado rodar sus películas en este Monumento Histórico inaugurado en 1878, que a finales de este año por fin va a renacer, con la cara y los intestinos lavados, pero con el mismo aspecto que hace más de dos siglos.

La rehabilitación de uno de los centros de estudio y de práctica de la homeopatía más importantes del mundo ha sido una labor delicada y muy cuidadosa, para respetar, recuperar e intentar conservar el legado arquitectónico, claro, pero también decorativo y médico de este centro que fue esencial en la vida madrileña de finales del XIX.

La Consejería de Deportes y Cultura de la Comunidad de Madrid está a punto de terminar las obras de restauración y, a principios del 2008, el Instituto podrá volver a tener parte de la vida que este Bien de Interés Cultural (con categoría de Monumento) tuvo cuando nació. Una construcción que, aunque desde fuera parece un escenario de una película de Jaume Balagueró, una vez dentro es una especie de paraíso en el centro de Madrid, lleno de luz y donde dan ganas de quedarse una buena temporada para recuperarse de cualquier enfermedad real o imaginaria.

En la época en la que se abrió este Instituto Homeopático y Hospital de San José, el edificio se conocía como el «hospitalillo de La Habana» (porque la calle de Eloy Gonzalo entonces se llamaba de La Habana). A finales del XIX, la homeopatía era una práctica prestigiosa y muy extendida. Por supuesto, tenía sus detractores, pero muchos médicos escogían como especialidad la rama de la homeopatía y estudiaban medicinas alternativas como la acupuntura o la moxibustión. El artífice de ese Instituto-hospital fue el doctor José Núñez Pernía, marqués de Núnez. Él, junto a otros médicos homeópatas, fundó en 1845 la Sociedad Hahnemanniana Matritense, que fue la base de este instituto, donde se siguen haciendo cursos de postgrado en homeopatía y acupuntura, en las partes del edificio que ya están rehabilitadas.

«José Núnez era un médico reputadísimo», explica Félix Antón, secretario de la Fundación Instituto Homeopático y Hospital de San José, «él y otros nueve homeópatas eran los médicos de corte de Isabel II y la trataban a ella, y a personalidades como Narváez o Serrano. Según los documentos que tenemos, Núñez pasaba consulta todos los días, incluso los domingos. En la época de esplendor del hospital (desde que se fundó hasta 1890), hay una estadística, que a mí me parece exagerada, pero ayuda a entender la importancia de este hospital. En ella se dice que había 1.130.000 consultas anuales. Hay que tener en cuenta que los médicos de la Sociedad Hahnemanniana atendían gratis también a los más desfavorecidos, porque era algo que formaba y forma parte del espíritu de esta Fundación».

Además de las consultas externas, de las que hay constancia en una de las paredes del jardín, donde puede leerse el nombre del médico homeópata y los días de consulta (ahora es un mural borroso, pero se va a recuperar), a finales del XIX y hasta 1936, el hospital tenía 25 camas. Allí se trataba a enfermos de cólera, tuberculosis, neumonía y enfermedades que, en muchos casos, la medicina alopática no conseguía erradicar.

Durante la guerra, el hospital permaneció cerrado, pero después volvió a abrirse y a recuperar su actividad más tímidamente. Se quedó en lo que está siendo hasta ahora, un centro de estudios de homeopatía y otras medicinas alternativas y un centro asistencial del barrio donde las Hermanas de la Caridad (que desde 1988 fueron las enfermeras, antes lo habían sido las Siervas de María) han ejercido una importantísima labor social. Además de ser residencia de ancianos (actividad que ya no desarrollan porque la legislación no lo permite), organizan actividades manuales y ceden sus instalaciones para clases de gimnasia para los ancianos del barrio. «Las Hermanas de la Caridad y este edificio [se refiere al neomudéjar anexo al hospital, donde viven las Hermanas y que está rehabilitado] ha sido un punto de referencia esencial para mucha gente de aquí. De hecho, hace unos años, cuando cerraron el centro de día de esta zona, publicaron por error que lo que se cerraba era el hospital y vino muchísima gente del barrio diciendo que no podía ser, que dónde había que firmar, que qué podían hacer para evitarlo... Cuando las labores de rehabilitación terminen, haremos algunas acciones conjuntas con la Comunidad de Madrid y es posible que en los terrenos que tenemos se pueda construir un centro de día. Nosotros siempre lo haremos como hasta ahora, como una institución privada, pero sí podemos colaborar en algunos asuntos sociales».

Efectivamente, uno de los fundamentos de la Sociedad Hahnemanniana, propietaria y gestora del hospital y de los extensos terrenos colindantes (un tesoro por el que cualquier especulador inmobiliario mataría), es además de la difusión, enseñanza y práctica de la homeopatía, la de ejercer una labor de ayuda social.

Eso, como grandes bases, aunque yendo a lo concreto, en 1989, cuando la sociedad se dio de alta en el Ministerio del Interior, entre sus bases estaban la de la recuperación y catalogación de la Biblioteca del Instituto Homeopático y Hospital de San José y de su farmacia (con más de 700 volúmenes únicos en el mundo y varias tesis doctorales), un dispensario público de homeopatía y la organización de congresos y seminarios (el de este año es de 500 horas, uno de los más importantes para el postgrado).

A partir de enero de 2008, el edificio se va a convertir en un museo dedicado a la homeopatía (ahora pueden verse vitrinas con gránulos y algunas cepas homeopáticas en frascos antiguos que son joyas), archivo bibliográfico, un centro de consultas homeopáticas y además continuará con su labor docente, organizando congresos, cursos de postgrado y charlas sobre homeopatía y acupuntura.


Los llamados 'modernos'

Rebuscando en las publicaciones médicas de la época y en los archivos del Instituto Homeopático y Hospital de San José, queda claro, como advierte Félix Antón (secretario de esta fundación), que a finales del siglo XIX y principios del XX, esta institución fue una de las que reunió a los médicos y científicos más avanzados y cultos de su época. Sus miembros más destacados hablaban varios idiomas, publicaban trabajos en otros países y se relacionaban con eminencias de todo el mundo (uno de ellos, el farmacéutico Francisco de Castro, acompañó en varias ocasiones a Einstein en sus visitas a Madrid, en los años 20 y 30 del siglo pasado). Pero quizá el personaje más destacado (además de, obviamente, su fundador, José Núñez) es el doctor Anastasio García López. Cirujano, filósofo, diputado a Cortes, masón y espiritista (según la teoría filosófica de Kardec, no en la acepción actual de espiritista) y un hombre muy adelantado para su época. Este personaje tendría historia para un libro entero, pero lo mencionamos aquí porque sus acciones médicas con tratamientos homeopáticos tuvieron una relevancia especial. García López se empezó a interesar por la homeopatía después de conseguir que una paciente, a la que no conseguía curar una neuralgia, se repusiera completamente con un tratamiento de este tipo. Consiguió curar a la mayoría de los afectados por una epidemia de viruela en el Hospital de Soria donde trabajaba y sus tratamientos homeopáticos fueron decisivos en dos epidemias de cólera que hubo en Medinacelli y Madrid en 1855 y 1865. El cólera es un buen ejemplo de las enfermedades que entonces conseguía curar con éxito la homeopatía. Como advierte Félix Antón, no era únicamente por la eficacia de los medicamentos homeopáticos, sino porque las enseñanzas homeopáticas prestaban y prestan una atención muy especial a la higiene y la alimentación.

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