Martes, 13 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6267.
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 CULTURA
49ª EDICION DE LOS PREMIOS GRAMMY
Las Dixie Chicks ajustan cuentas con Bush
El trío texano arrasa con cinco galardones después de ser tildado de «antipatriota» por criticar al Gobierno de EEUU
CARLOS FRESNEDA. Corresponsal

NUEVA YORK.- Corría el año 2003 y la inmensa mayoría de los americanos cerraba filas con George Bush y su guerra contra Irak. En medio de un clima ultrapatriótico, Natalie Maines se atrevió a decir que se sentía «avergonzada» de ser texana. Su grupo, las Dixie Chicks, consideradas hasta entonces como las reinas indiscutibles del country, fueron automáticamente censuradas en cientos de emisoras y humilladas de todas las formas posibles por las huestes conservadoras.

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Cuatro años después, el trío texano se tomó la revancha en la gran noche de la música americana y se llevó a casa cinco premios Grammy, incluidos los del álbum del año y mejor canción (Not ready to make nice).

«Creo que estoy preparada para hacerme la agradable», bromeó en el momento de recibir el premio Natalie Maines. «Lo único que lamento es que haya gente que en este momento esté apagando el televisor para no vernos. Creo que el voto de esta noche es a favor de la libertad de expresión. Hemos recibido el mensaje».

La mítica Joan Baez ofició de madrina del trío y de la progresía americana: «Esta tierra es también nuestra tierra, desde Nueva York a California». Natalie Maine y sus chicas de negro (Emily Robinson y Martie Maguire) se cambiaron de atuendo y cantaron con despecho su canción-bandera...

«No estoy lista para hacerme la agradable./ No estoy lista para dar marcha atrás./ Sigo loca como el infierno/ y no tengo tiempo para seguir dando vueltas y más vueltas». Pese a la censura que no cesa en las emisoras de country de la profunda América, las Dixie Chicks han vendido casi dos millones de copias de su último álbum, Taking the long road. Su música, dicen, no encaja en los moldes chabacanos de Texas y alrededores. Omitieron la mención directa a su paisano, y aun así pusieron buena cara cuando les dieron también el Grammy al mejor álbum de música campera.

Police, de nuevo juntos

La noche arrancó con otro sonoro trío, los Police, separados desde 1984, y reunidos por cuatro lucrativos minutos para revivir la imperecedera Roxanne y dejar constancia de que Sting ha envejecido bastante mejor que Stewart Copeland y Andy Summers. El asunto debió dejar buen sabor de boca porque el trío anunció ayer que preparaba gira mundial para esta temporada. Pero la gala de los Grammy en el Staples Center de Los Angeles se la llevaron de calle las Dixie Chicks, con una fugaz descarga de los Red Hot Chili Peppers (cuatro premios rockeros con Stadium arcadium) y una justa -aunque lastimera- redención de Mary J. Blige, que se llevó tres galardones en el apartado rythm and blues y dejó en descarnada evidencia a la acaramelada Beyoncé.

Mary J. lleva los brazos tatuados y una señal indeleble en el rostro, fruto de su lucha personal contra los demonios que impidieron su temprana coronación y que sin embargo han dado a su voz una autenticidad que ya quisieran otras. El reconocimiento le ha llegado en la madurez y en la rehabilitación. Ella misma hizo una y otra vez mención a los tormentos del pasado y dio las gracias a Dios.

«Ésta es una gran noche para mí», dijo. «El éxito saca a la luz lo que realmente eres, y yo pienso usar este éxito para construir puentes, no para quemarlos». Partía como la favorita con ocho nominaciones, aunque los tres gramófonos de oro -incluido el de Mejor vocalista femenina- saciaron con creces sus ambiciones, tras los nueve galardones del Billboard y las 2,7 millones de copias de The breaktrhough (el quinto disco más vendido del año en EEUU).

Con 108 premios en categorías tan variopintas como la Mejor polka o la Mejor música norteña (para Los Tigres del Norte, obviamente), las migajas de los Grammy se las repartieron equitativamente -a dos premios por cabeza- los maestros Bob Dylan y Bruce Springsteen, los raperos Ludacris y T.I., Justin Timberlake y John Mayer, John Legend y Gnarls Barkley, y por supueso Tony Bennett (¿qué serían unos Grammy sin la presencia ubicua del abuelo Tony Bennett?).

El gramófono a la artista revelación fue para Carrie Underwood, triunfadora de American Idol, versión americana de Operación Triunfo. «Soy de Nashville y adoro el country», dijo. Le dieron también el premio a la Mejor vocalista del género y a la Mejor canción campera por Jesus, take de wheel.

Lo de Dylan y Springsteen refleja de alguna manera el anacronismo de los Grammy, que suelen llegar con una década de retraso no sólo a las nuevas tendencias musicales, sino también a las prodigiosas resurrecciones. Pese a la aclamación general de crítica y público, Modern times sólo metió baza en categorías secundarias y recibió finalmente el premio al mejor álbum de música folk «contemporánea», en contraste con el We shall overcome: the Seeger Sessions de Bruce Springsteen, galardonado como el mejor ábum de música folk «tradicional».

El rap, por cierto, pasó muy a segundo plano: apenas Ludacris y los T.I. mantuvieron viva la llama. Ludacris, otro que tuvo que vérselas con la censura por sus letras explícitas, dedicó su Grammy al mejor álbum de rap por Release Therapy a uno de sus más furibundos críticos, el comentarista de la Fox News Bill O'Reilly, haciendo suyas las palabras: «¡Cállate!».

Pese al alto voltaje político de los Grammy, Neil Young se fue de vacío con sus canciones antibélicas. Las cinco nominaciones de Prince se quedaron en nada, aunque el perdedor la noche -pese a los dos premios de consolación- fue en todo caso Justin Timberlake: se creyó capaz de todo con FutureSex/LoveSounds y tendrá que volver a hacer méritos en las revistas del corazón.

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