CARLOS AIMEUR
VALENCIA.-
Dice Manolo Valdés que cuando vio el entorno en el que iba a ubicar su nueva obra, el primer referente que halló en la historia del arte fue la Esfinge de Gizeh. «Ante estas dimensiones», comentó, «me sentí asustado».
Y señaló con la mano el entorno de la avenida de las Cortes Valencianas, la nueva línea del cielo de Valencia, donde se suceden sin solución de continuidad los edificios más altos de reciente factura.
En ese espacio privilegiado, justo enfrente de donde se ubicará el nuevo estadio del Valencia, inauguró ayer Valdés su nueva escultura, la Dama Ibérica, una pieza que se encuentra en la salida el noroeste de la ciudad, mirando hacia el interior, a 300 metros del Palacio de Congresos de Norman Foster y como paso siguiente al pórtico sin cabecera que constituyen los dos edificios más altos de entrada a Valencia, el Hilton (117 metros) ya construido y su mellizo el Columbia (114 metros), aún incipiente.
«Escultura de esculturas», en palabras de la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, la obra de Valdés es una alegoría de la Dama de Elche. Mide 18 metros de altura por 16 de ancho y está formada por 22.000 pequeñas damas de 20 centímetros cada una, realizadas en gres porcelánico.
Instalada de manera manual, ha tenido un coste de 2,4 millones de euros, 1,3 más de lo presupuestado hace cinco años, cuando se firmó el convenio por el cual Rosal y Vallehermoso harían de mecenas.
Con un espectáculo pirotécnico que hizo las delicias del escultor, la avenida de las Cortes Valencianas se vistió de gala bajo el tradicional tráfico denso de la última hora de la tarde. Y en medio de la sinfonía de cláxones, ambulancias y automóviles, un paraguas de fuegos artificiales alumbró la obra eclipsando todo.
Valdés ha hecho realidad su sueño de homenajear a su tierra. Y no sólo con la forma, reivindicando la pieza emblema del arte íbero español, sino también con el color. La Dama Ibérica es, toda ella, de color azul cobalto, el mismo tono que las cúpulas de varios monumentos de la ciudad.
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