EMILIO CARREÑO
Uno de los hechos que más llamó la atención del terremoto que se produjo ayer a las 11.35 horas en el mar, al suroeste del Cabo San Vicente, fue su percepción, especialmente, en los pisos altos de los edificios de casi toda la Península, incluso en zonas tan alejadas como el País Vasco.
Las ondas que se generan a partir del epicentro de un terremoto y que a grandes distancias son de gran longitud son las responsables del movimiento de los edificios. Para entenderlo mejor, recurriremos a un ejemplo. Si lanzamos una pequeña piedra al agua, podremos ver este efecto con ondas muy seguidas en la proximidad a la zona de impacto y mucho más amplias y separadas a medida que nos alejamos. Los edificios altos tienen grandes periodos de vibración, por eso se sienten los terremotos en su interior y con más intensidad cuanto más elevados sean.
Este fenómeno, cuya explicación no ofrece hoy día ningún misterio, fue históricamente observado como consecuencia de otro terremoto que se produjo casualmente en la misma zona epicentral de ayer y que se conoce como seísmo de Lisboa de 1755. En aquella ocasión, los desperfectos se repitieron a lo largo de toda la Península Ibérica con daños en muchas torres de iglesias y catedrales, que en aquella época eran los edificios de mayor altura. Es tan importante este fenómeno que la propia normativa de edificación sismorresistente recoge el efecto que pudieran tener estos seísmos lejanos de la llamada falla de Azores-Gibraltar sobre los edificios mediante la aplicación de un coeficiente corrector en los cálculos para estos casos.
La zona epicentral, de gran actividad sísmica, fue también la responsable en 1969 del terremoto de mayor magnitud de los últimos años en nuestro país, ya que alcanzó una magnitud de 7,3 grados en la escala de Richter. En aquella ocasión sufrieron daños algunos edificios de Huelva y, desgraciadamente, hubo que lamentar cuatro víctimas por infarto.
Un aspecto novedoso de estos terremotos de cierta magnitud es que la información sobre los parámetros focales de estos seísmos es difundida rápidamente entre la comunidad científica internacional mediante los intercambios que permiten los servidores web. Esto significa que pasados los primeros momentos de la alerta local, es posible mejorar los cálculos con aportación de datos procedentes de países limítrofes, lo que permite una mejor comprensión de lo ocurrido.
Además, la información procedente de particulares que sienten el terremoto y se comunican con los centros de recepción de datos a través de internet facilitan la determinación de parámetros tan importantes como es el valor de la intensidad, que refleja el posible alcance de los daños. Ayer, trascurrida una hora del evento, se disponía en la Red Sísmica del Instituto Geográfico Nacional de más de 650 avisos.
Emilio Carreño es director de la Red Sísmica Nacional.
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