Javier Lorenzo
En Madrid nos encantan los terremotos. Por lo inusual, más que por otra cosa. Es un modo de confirmar humildemente que hay otros epicentros además del nuestro y justifica que el edificio de Telefónica sea de piedra berroqueña y no de madera de balsa y papel cebolla, lo cual es un alivio. Sin embargo, pese a la falta de tradiciones en este tembloroso asunto -si nos olvidamos del baile de San Vito y algún que otro delirium tremens-, parte de la ciudadanía ha actuado con la concienciación y lógicas prevenciones que podría tener un habitante de Tokio sobre el particular. Tampoco era tan difícil, ya que la primera medida que hay que adoptar en estos casos es la de abandonar los edificios y salir a la calle, y eso la verdad es que se nos ha dado siempre fetén sin necesidad de seísmo alguno. Así pues, el madrileño es un ser prudente y cabal que lo que ha estado haciendo toda su vida no es irse de juerga o de cañas, sino preparándose para reaccionar con presteza en cuanto llegara un terremoto. Especialmente si ocurría en horas de trabajo, como así ha sido.
Si el Instituto Sismográfico concediera medallas, que a lo mejor, debería darle una colectiva al pueblo de Madrid. No sólo por su entereza, sino por servir de ejemplo a otras poblaciones más apocadas y remisas que ven moverse la lámpara del salón o la mesa del despacho y se piensan que son las obras del AVE. Pues no, sólo un oído tan acostumbrado a las taladradoras y las tuneladoras como el madrileño es capaz de distinguir al instante lo que es y no es un fenómeno natural de estas características y actuar en consecuencia. No sería de extrañar, por tanto, que en un futuro hubiera una brigada madrileña de cazaterremotos para completar la ya de por sí amplia y eficaz red de detección. Por otro lado, dada la benignidad de los seísmos que nos afectan, más de uno estará lamentando que no tengamos más cerca y más activa una falla tectónica como Dios manda. Sólo sea por tener otro tema del que hablar y porque, si llegáramos a acostumbrarnos, estoy convencido de que viviríamos aguardando con ansiedad a que llegara el próximo tembleque para aprovechar y hacer la ola a todo trapo. Por éstas, ¿que no?
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