RAUL DEL POZO
En Madrid cada restaurante es un destructor con lanzamisiles. Si alguien le invita a cenar, exija usted que no se hable de política. Tiemblan los tenedores y el vino se hace malo en las entrañas. Algunos sospechan que otra vez nos vamos a liar a hostias, como entonces, con aquellos muertos que tenían un cartel en el pecho y un número. Según Pío Baroja, la guerra era muy entretenida y se sacaban los cadáveres sobre escaleras de mano a modo de parihuelas, cubiertos a medias por un lienzo. «Iba a ser fusilado un capitán rojo que dio grandes muestras de valor. Cogió un botijo de agua y echó un trago al aire, para demostrar que no le temblaba el pulso». Unos dicen que han entrado los carcosos a la zona nacional cantando el himno con la bandera del estanco y otros que los rojos han okupado el palacio de La Moncloa.
No estamos para nada a cinco minutos de colocar la pistola al lado de las tazas de café; esta vez la guerra es mediática y el sadismo, virtual. Estos rojos son tenues, blandos, ecologistas, ya no hablan de quemar iglesias, quieren levantar las gallinas y los toros al nivel de los hombres y limpian las playas. Una derecha encabronada, a la que no le han quitado ni un felpudo, ni una quinta, acusa a Zapatero de haber roto la Transición, de escarbar en las tumbas. Santiago Carrillo habla de la carcundia, vocablo tan viejo como el fox-trot (viene de carca y carca de carlista). Dice Santiago que Mariano Rajoy ha resucitado los modales de la derecha anterior a la Guerra Civil. Los españoles, aquéllos que quisieron ser demasiado y lo lograron en dos momentos (entre los siglos XV y XVI y en la segunda mitad del siglo XX), se pasaron la historia matando moros, luteranos, herejes y al final acabaron matándose a sí mismos. Pero esa retórica de esqueletos y cunetas, que llega a la hora del poleo, es una frivolidad. El único ensañamiento que pervive es el tiro en la nuca, la última boqueada de esa incongruencia según la cual en un mundo globalizado, donde las naciones son provincias, estas provincias aspiran a ser naciones.
Hubo una época llena de odio que ha durado hasta antes de la cena; se inicia cuando Alfonso X 'El Sabio' dijo que nada le hubiera agradado tanto, ni el canto de las aves, ni el amor, ni la ambición, ni las armas, como un buen galeón que le alejara de ese demonio de campiña llena de escorpiones. Aquella flor infecunda de la Guerra Civil acabará definitivamente cuando ETA entregue las armas.
Lo demás es ruido de siglas.
El Puente de los Franceses es ya una autovía y el Manzanares, aquel tan chupado y tan sorbido, es un Nilo de piedra navegable. Esto no es la España alpargatera con sacas y botijos. No se puede organizar un matarile con las paletas de plata del pescado.
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