Miércoles, 14 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6268.
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Margarit ampara sus versos en 'Casa de Misericòrdia'
El poeta leridano construye un refugio en su último libro para resguardarse de la intemperie que suponen las pérdidas
LLUCIA RAMIS

BARCELONA.- Compara la vejez con la posguerra: los refugios han quedado al descubierto cuando ya resultan inútiles. Los miedos son los mismos que tenía de pequeño; la caridad representa uno de ellos y es cruel, como el poema. Pero «lo que escuece cura», recuerda el poeta que decían las abuelas. Y nos han enseñado que lo que no cuesta, no cuenta.

Joan Margarit (Sanaüja, 1938) se ampara en esa estricta Casa de Misericòrdia que se yergue sobre los versos, lugar también donde las madres refugiaban a sus hijos después de firmar una instancia a Vuecencia. Las normas, en los hospicios, eran severas, «pero más dura era la intemperie», escribe él.

Para Margarit, esa intemperie es «la noche brutal que se abre oscura y te doblega cuando la persona a la que quieres te deja, por ejemplo, o se te muere la hija». Él perdió a Joana cuando ella tenía 30 años. ¿Dónde te refugias entonces? Los entretenimientos no sirven. «Puedes hacerlo en la música, en las artes», comenta.Añade que puedes hacerlo en esa «caja negra» que es la poesía.La información que entra en ella es distinta de la que extrae el lector. Del mismo modo que quien entra en la vida, y la observa, sale de una casa distinta.

Margarit concibe la poesía igual que los griegos, «como un instrumento para conocerse a uno mismo». Considera que «el cristianismo nos pidió lo imposible al exigirnos que quisiéramos al prójimo», y se pregunta: «¿Cómo puedo hacerlo, si no sé ni quién es?».

Así emprende la tarea de escribir: como un ejercicio de humildad que aspira de todos modos al reconocimiento. Como el gesto de cerrar los ojos en el que, lo que ves cuando los tienes abiertos, se confunde con el propio ego.

Publicado por Proa, Casa de Misericòrdia es un compendio de imágenes que valen por su condición de palabras. En el libro, la vejez es como esa pobreza que, en la mesa de la cocina, descartaba lentejas. El miedo es una iglesia en la que retumba el coro de unos niños. Cupido entra en la senectud cuando un vendedor de rosas escupe al suelo. Y a veces, por la noche, aparece un rayo de luz bajo la puerta.

La fórmula de la lucidez

«Lo más sencillo es hacer un poema malo y que no se entienda», dice Margarit. Y precisamente en la aparente sencillez de sus versos se oculta el artificio que los hace comprensibles. «La lucidez es la suma de inteligencia, comprensión y sentimiento», sentencia.

Como ejemplo, pone a Machado. «Es imposible no emocionarse al leer 'Era un niño que soñaba con un caballo de cartón...' por primera vez; pero luego puedes releerlo, y volverlo a leer, y no te cansas; vas descubriendo matices nuevos en cada ocasión».Añade que, del mismo modo, una sonata de Mozart puede escucharse indefinidamente.

Según Margarit, los poemas que necesitan grandes teorías que los expliquen (véase vanguardistas) acaban relegados al olvido.Y desafía: «¿Recuerdas algún poeta surrealista?». Contesta: «Los mejores poemas de Apollinaire son los no surrealistas; de la misma manera, la mejor creación de Salvat-Papasseit es la que lo acerca a la vida, caso de Tot l'enyor de demà y Nocturn per acordió».

La obra de Margarit acaba con el mito de la dificultad poética.Un rápido paseo por los blogs (no necesariamente literarios) demuestra que es un autor muy citado; sobre todo por La muchacha del semáforo. Él tuerce una mueca, comenta que «no es de los mejores», pero se alegra. Y sabe que ha conseguido lo que se propone el oficio: «El lector, el escritor y el poema son las patas de un trípode; si una falla, todo se cae».

Arquitecto además de poeta, Margarit conoce la importancia de los cimientos. Sin ellos, la obra se desmorona, y acaba convertida en escombros. Por eso, antes de enterrarlos, levanta miedos, infancia y pasado sobre las calles, para que abran ventanas y llamen a las puertas. Para que muestren crueles el esqueleto de lo que sirve como refugio: la Casa de Misericòrdia.

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