Miércoles, 14 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6268.
ÚLTIMAS NOTICIAS TU CORREO SUPLEMENTOS SERVICIOS MULTIMEDIA CHARLAS TIENDA LOTERÍAS
Primera
Opinión
España
Mundo
Ciencia
Economía
Motor
Deportes
Cultura
Comunicación
Última
Índice del día
Búsqueda
 Edición local 
M2
Catalunya
Baleares
 Servicios 
Traductor
Televisión
Resumen
 de prensa
Hemeroteca
Titulares
 por correo
 Suplementos
Magazine
Crónica
El Cultural
Su Vivienda
Nueva Economía
Motor
Viajes
Salud
Aula
Ariadna
Metrópoli
 Ayuda 
Mapa del sitio
Preguntas
 frecuentes
Si comienza uno con certezas, terminará con dudas; mas si se acepta empezar con dudas, llegará a terminar con certezas (Francis Bacon)
 CULTURA
PREMIO NACIONAL DE ARQUITECTURA / El artista valenciano recibe el reconocimiento por la proyección de su obra en todo el mundo / El autor, «encantado», tras recibir la noticia en Chicago, donde construye una torre de 600 metros
Santiago Calatrava, más gigante todavía
LUIS ALEMANY

MADRID.- La primera vez que alguien en España supo de un arquitecto llamado Santiago Calatrava fue a mediados de los años 80. Por entonces, la generación del medio siglo (Oíza, Sota, Cano Lasso) aún dominaba en el panorama nacional aunque apenas trascendían fuera de la Península; Rafael Moneo contaba con experiencia docente en el extranjero pero aún no había dirigido ninguna obra fuera de España; la quinta de los Cruz y Ortiz, Llinás y compañía, por último, aún era completamente desconocida.

Publicidad
Fue entonces cuando empezaron a aparecer las fotos de una delicada estación de tren en Zúrich que traían firma española. «Sí, se puede decir que la arquitectura de este país tiene una deuda de gratitud con Calatrava», expresaba ayer Angela Giral, directora de la Biblioteca de Arquitectura de la Universidad de Columbia de Nueva York.

Giral participó ayer en las deliberaciones del jurado del Premio Nacional de Arquitectura y remó («y mucho») para que su fallo reconociera y aliviara esa deuda. Logró su propósito: el arquitecto valenciano (1951) ya figura en el palmarés de un premio (otorgado por el Ministerio de Vivienda) que en los últimos años señaló al grave Antonio Fernández Alba y a la pionera Matilde Ucelay.

Sus dos predecesores no podrían estar más lejos de la arquitectura de Calatrava. Optimista, blanquísima, libre, escultórica, ingenieril, espectacular... la obra de Calatrava lleva 20 años conquistando a medio mundo.

Ha sido en Chicago, ciudad en la que levanta un rascacielos de 600 metros, donde fue informado de su Premio Nacional de Arquitectura. «Siempre estoy encantado de recibir el reconocimiento de mi país», celebraba ayer. «Me siento tan identificado con España que he cometido el romanticismo de mantener el estudio abierto en Valencia», añadió.

Su historia, en realidad, empezó en los años 60, cuando Calatrava, crecido en una familia de exportadores de frutas, aprovechó el negocio de su padre para viajar por Europa. Por el camino, se encontró con un libro de Le Corbusier y se enroló en la Escuela de Arquitectura de su ciudad. Luego viajó a Suiza, donde estudió en la Escuela de Ingeniería del Instituto Tecnológico de Zúrich y abrió su primer estudio en 1981.

Suiza y su vecindario acogieron las primeras obras de su carrera profesional: puentes y estaciones, pero también teatros como el Tabourettli de Basilea que delataban a un arquitecto formado en la tradición de Félix Candela y Pier Luigi Nervi y ajeno a la moda historicista de esos años.

A mitad de los 80, Calatrava reapareció en España para firmar un puente suburbial en Barcelona de solemnes arcos blancos que parecían tomados del vocabulario de Jorn Utzon. Fue la tarjeta de visita que precedió al apoteósico reencuentro del arquitecto con su país.

La excusa fue la celebración del Quinto Centenario del Descubrimiento de América y el paquete de encargos incluyó proyectos como la Torre de comunicaciones de Montjuïc en la Barcelona olímpica, el Puente del Alamillo y el Pabellón de Kuwait en la Sevilla de la Expo'92 y el Puente de Lusitania de Mérida. Calatrava se convirtió en un símbolo de la España moderna y confiada en su futuro que proyectó el 92.

La resaca de aquellos festejos y la crisis económica de mitad de los 90 no afectó al prestigio de Calatrava en España. Durante esos años, el arquitecto perseveró hasta poder completar nuevos proyectos, cada vez más gigantescos: el Puente del Campo Volantín y la remodelación del Aeropuerto de Sondika en Bilbao, el Auditorio y el Centro Internacional de Ferias y Congresos de Santa Cruz de Tenerife, y su definitiva apoteosis: la Ciudad de las Artes y de las Ciencias de Valencia, su ciudad.

Fue en Tenerife, hace tres años, cuando Calatrava desveló a EL MUNDO alguna clave de su trabajo.

Explicó entonces el arquitecto que el Auditorio de la ciudad canaria se inspiraba en un sombrero sacado de un cuadro (La flagelación espiritual) de Piero della Francesca. El detalle no es insignificante: Calatrava, a menudo, parece querer dialogar con la Historia del arte y de la filosofía antes que con sus colegas contemporáneos. «Bueno, me gusta Gehry, aunque le suene curioso», protestó en Tenerife Calatrava.

Sin embargo, siempre ha cultivado la imagen de hombre renacentista, capaz de acumular saberes, artes y talentos en una sola persona, como si viviera en la Italia del Cinquecento. Ahí están Calatrava el arquitecto, Calatrava el escultor, Calatrava el dibujante, Calatrava el ingeniero, Calatrava el hombre de negocios...

El artista, por ejemplo, se dio un reciente baño de masas en Nueva York. Allí, el MoMA recopiló en 2004 su obra gráfica en una monumental exposición. Calatrava habló entonces con modestia: «Siempre tendré muchas dudas sobre mi capacidad de expresarme en estos terrenos».

Por entonces, su estudio ya había abierto despachos en Nueva York y Valencia y había ascendido a la liga de los galácticos. Calatrava vivía de avión en avión y gestionaba proyectos y elogios descomunales. «Es el poeta más grande de la arquitectura», dijo en 2003 Herbert Muschamp, el poderoso crítico del diario The New York Times.

Aquella salva simbolizó el comienzo de la aventura americana del valenciano. Desde que en 2001 entregara Art Museum de Milwaukee, Calatrava no ha hecho más que acaparar los encargos más espectaculares de EEUU. Eso incluye puentes (en Dallas y en Redding, California), Auditorios (en Atlanta), viviendas (en Manhattan), rascacielos de 600 metros de altura (el Spire, de Chicago) y asuntos de complejísimo valor sentimental. Por ejemplo, el intercambiador que ya construye en el solar del World Trade Center de Nueva York, en las tripas de la Zona Cero.

Y eso, sin abandonar nunca Europa, donde Calatrava ha ejercido de arquitecto de cabecera de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, ha hecho bodegas de alta costura (en Laguardia) y ha levantado la torre más alta del continente, la Turning Torso de Malmö.

¿Abrumador? «El hecho de que algunos se sientan incómodos ante las múltiples formas de expresión escogidas por Calatrava quizá sea la mejor señal de la trascendencia de su obra», ha dejado escrito Philip Jodidio en la monografía Calatrava que este mes distribuye la revista Descubrir el Arte, [del Grupo Unedisa, editorial de EL MUNDO]. A su causa, ahora, se suma el Premio Nacional de Arquitectura.

recomendar el artículo
portada de los lectores
copia para imprimir
Información gratuita actualizada las 24 h.
 SUSCRIBASE A
Más información
Renovar/Ampliar
Estado suscripción
Suscríbase aquí
Suscripción en papel
 publicidad
  Participación
Debates
Charlas
Encuentros digitales
Correo
PUBLICIDAD HACEMOS ESTO... MAPA DEL SITIO PREGUNTAS FRECUENTES

elmundo.es como página de inicio
Cómo suscribirse gratis al canal | Añadir la barra lateral al netscape 6+ o mozilla
Otras publicaciones de Unidad Editorial: Yo dona | La Aventura de la Historia | Descubrir el Arte | Siete Leguas

© Mundinteractivos, S.A. / Política de privacidad