Minutos después nos tropezamos con él y su golden retriever. Tuvo la gentileza de llevarnos a su casa-estudio y en 20 minutos habíamos recorrido el planeta viendo las maquetas y escuchando las explicaciones de sus proyectos. Dos valencianos triunfando en la capital del mundo y también en su propia tierra.

La evolución del arquitecto valenciano sigue una progresión geométrica desde aquella primera obra suya: una piscina suspendida en la cúpula de la Escuela Politécnica de Zúrich construida en 1981 con motivo del 125 aniversario de su fundación. Ahora Calatrava ha entrado en Nueva York solucionando el tema de la terminal o intercambiador de transporte en la Zona Cero con un proyecto que, a diferencia de los otros, nadie ha discutido, y el primero que se ha puesto en marcha. Es, sin embargo, el más complicado de todos los presentados, y de alguna manera remite -en su visión global, en su sentido funcional, de crear y facilitar conexiones- a ese primer gran logro en Zúrich.

Pensamiento racional, funcionalidad y estructura son conceptos importantes para Calatrava pero al mismo tiempo trabaja para contradecir todo ello, para buscar una nueva libertad de formas. Estas formas vertebradas, de conjunción de metal y de hormigón blanco, van paralelas a sus propuestas escultóricas. Pensemos en la forma del aeropuerto de Bilbao y de su torre de control. Esa estructura edilicia, rozando la imagen fácil de la paloma abierta o del buitre cerrado en la torre de control, resulta inolvidable y se fija a la retina del pasajero; o el edificio como un torso en Malmö, que ha convertido a la ciudad noruega en ruta turística; o el rascacielos que está ahora planteando en el propio Chicago tras haber recibido la Medalla de Oro del American Institute of Architects.

Calatrava en su madurez no ha dejado de aunar arte, ingeniería y arquitectura. Desde la fundación de la Escuela de Caminos de Madrid por Agustín de Betancourt en 1802 ha habido en España una reiterada preocupación por que el aprendizaje técnico no se alejara nunca de las humanidades y del arte. Calatrava sigue así una tradición de ingeniero y arquitecto culto, preocupado por el entorno natural y por la belleza, que pasa por Gaudí y por Torroja.

Santiago Calatrava ha sabido dar al hormigón una nueva relevancia funcional y estética a la vez que no se ha apartado de la cerámica y del trencadis. Ha sabido construir volúmenes caprichosos pero también engarzarlos con sentido en una nueva dinámica ciudadana. Como los grandes arquitectos del Renacimiento, Calatrava ha considerado el espacio urbano como considera el sentido de sus esculturas, lugares de tensión y a la vez de equilibrio, formalizaciones que nos cubren y protegen a la vez que nos remiten a la mirada. Una obra bien definida e irreprochable en su sentido estructural y en su formal grandeza. Sin duda, el más internacional de nuestros artistas.