ANTONIO LUCAS
MADRID.-
En los años 60, cuando el pop chapoteaba en sopa caducada y salía una espuma underground de un tambor de detergente, Nam June Paik (Seúl, 1932-Miami, 2006) andaba buscando qué decir con un puñado de cables, una cámara vieja y unas pantallas de televisión parpadeantes. Había dejado atrás su carrera como compositor musical aunque conservaba su amistad con John Cage como una chistera de la que extraer más y más cosas, sonidos, ideas.
Internet sólo era el sueño de algún iluminado. La robótica, una secuela metálica de Frankenstein. La videocreación, un lenguaje por explorar en el que no creía casi nadie. Y quizá por eso atrajo tanto a Paik, seguro de que el vídeo cabía en los museos como una pieza más. «Algún día los artistas trabajarán con condensadores, resistencias y semiconductores, igual que hoy lo hacen con pinceles, violines y basura», dijo.
Él fue el pionero de esta idea. Primero, tras abandonar Tokio (donde se había refugiado huyendo de la guerra de Corea), infiltrándose en el circuito del arte alemán (por donde campaba su amigo Joseph Beuys) y después instalándose en Nueva York, donde en los años 70 anunció con insistencia de mantra futuro que la Historia quedaría cifrada en una pantalla de televisión.
No era una profecía, sino una verdad acelerada. Y en ella volcó el crisol de su obra, de la que ahora muestra una selección de 70 piezas la Fundación Telefónica (www.telefonica.es/fundacion), en el marco de las exposiciones que completan la presencia de Corea como país invitado en la XXVI edición de Arco, que abre sus puertas este mediodía para los profesionales del sector y coleccionistas (y el viernes por la tarde para el público). El Cultural, que se entrega mañana con EL MUNDO, descifra en un excepcional despliegue todas las claves de esta edición de Arco.
Bajo el título de Nam June Paik: de lo fantástico a lo hiperreal, la muestra permite seguir las huellas a lo ancho de varias décadas por el legado de este artista que hizo de lo audiovisual el impulso de su particular vanguardia, para la que se apoderó del término videoarte.
En Madrid se despliegan (hasta el próximo 20 de mayo) un puñado de robots en calesa, de robots a caballo, de trabajos que fueron resultado de algunas de las performances del creador coreano, como ese rito espiritista en memoria de su amigo Beuys o la piñata de pantallas que son un farallón desde el que subirse a lomos de un futuro que hoy ha quedado algo atrás, ametrallado de imágenes que brincan, vuelven, marchan, desaparecen, entre las ondas de la música.
Paik fue uno de los padres de la modernidad. Y hoy es una necesaria arqueología.
Más información en el suplemento sobre Arco.
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