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Si comienza uno con certezas, terminará con dudas; mas si se acepta empezar con dudas, llegará a terminar con certezas (Francis Bacon) |
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57ª EDICION DEL FESTIVAL DE CINE DE BERLIN |
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El mordaz Paul Schrader se interna en las cloacas del lujo |
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El director se acerca en 'The Walker' a su obra de mayor éxito, 'American Gigoló', mientras 'El otro', de Rotter, es incomprensible |
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CARLOS BOYERO. Enviado especial
BERLIN.-
Paul Schrader, ese autor tan raro del cine norteamericano, sólo ha conseguido en su muy personal y atrayente carrera romper las taquillas en una ocasión. Fue con American Gigolo, pero estoy seguro de que lo que fascinó al personal fue regalarse la vista con el cuerpo y el glamour del entonces dionisiaco Richard Gere, ejerciendo de sofisticado e irresistible puto de mujeres malcasadas y millonarias, y no en función de la permanente aridez, el sentimiento de culpa, la violencia retorcida o catártica, la necesidad de redención que forman las señas de identidad y las eternas obsesiones de este director entre místico y salvaje.
En The Walker el oficio del protagonista tiene mucho que ver con el de American Gigolo. Consiste en acompañar a la ópera, fiestas, subastas, tiendas de antigüedades, partidas de canasta, etcétera, a refinadas señoras mayores cuyos poderosos maridos están demasiado ocupados con sus cargos políticos o con sus negocios. La diferencia de este hombre con el semental de lujo que le antecedía está en que él no se acuesta con esas mujeres, sino con su novio, y tampoco cobra por la compañía. Se limita a divertirlas, a escuchar sus confidencias íntimas, al cotilleo venenoso, a ser su vistoso, decadente y cínico colega.
Pero tratándose del director Paul Schrader sabemos que no puede existir placidez interna en este cortesano tan mordaz, que van a existir maquinaciones, crímenes, enigmas y acorralamiento, que se las va a ingeniar para hacer otra inquietante disección de los mecanismos de poder y de sus impunes delitos, que detrás de la exquisita fachada de este homosexual distinguido y frívolo laten demonios lacerantes y cuentas que aclarar consigo mismo y con los otros, que un extraño sentido moral acabará resurgiendo de la ciénaga y se enfrentará a la más opulenta y depredadora hipocresía social.
Todo ello está contado con la habitual y agradecible mala leche, con un estilo denso que te contagia la asfixia de ese tipo cuando se quita la máscara y se enfrenta a la peligrosa certidumbre de que nada es lo que parece. Y da gusto ver cómo Woody Harrelson, ese actor tan macho, se mete con tanta sutileza y autenticidad en la piel de un tío que ha hecho un arte de exhibir su pluma, flanqueado por señoras con tanta presencia y talento como Lauren Bacall, Kristin Scott Thomas y Lily Tomlin.
Me enamora Marianne Faithfull cada vez que canta y el recuerdo de su vieja hermosura cuando se lo montaba con Mick Jagger y con Keith Richards me sigue excitando un montón, pero tengo claro que no es una gran actriz, algo que resulta evidente constatando el protagonismo absoluto que le ha otorgado el director Sam Garbaski en una especie de cortometraje alargado hasta la extenuación titulado Irina Palm. Esa mujer, que ya ha entrado en la tercera edad y a la que sus antiguos enganches e infiernos le han pasado devastadora factura física, interpreta aquí a una abuela que se hace pajillera a destajo en un cabaré muy cutre para poder pagar los gastos de su nieto y de sus padres en un viaje a Australia, único lugar donde pueden tratar la difícilmente curable enfermedad del niño. La gracia consiste en que los infinitos clientes no saben a quién pertenecen esas sabias manos que les provocan el orgasmo, ya que la masturbación se realiza a través del hueco de una pared. Pretende ser una fábula tierna y divertida, porque el director comprende y admira a esa anciana tan convencional que no tiene más remedio que acudir a ese trabajo seminal y cansino para que su nieto sobreviva, pero el escabroso tema se agota a los 15 minutos. Y la verdad es que no me hace ni puta gracia ver a una de mis antiguas y perdurables musas eróticas apaciguando en su vejez los ardores de tanto impresentable onanista. Ojalá que Marianne Faithfull vuelva a grabar algún disco tan maravilloso y emocionante como Blazing away y se olvide de sus esforzados coqueteos interpretativos en el cine. Tengo la sensación de que no es lo suyo.
Ha despertado algunas minoritarias pasiones la película argentina El otro, dirigida por Ariel Rotter, pero confieso que no es mi caso, ya que entre otras cosas molestas no entiendo de qué va la historia y ya estoy muy mayor para que otros espectadores o el press book me tengan que explicar el argumento. Deduzco que ese señor felizmente casado con una oculista y entregado cuidador de su enfermo padre, decide cambiar de identidad y de vida, pero no siento el menor interés hacia su transformación ni tampoco me cuentan los motivos, aunque sospecho que debe de estar relacionado con el psicoanálisis. Sólo le reconozco a El otro un notable sentido visual y que el sólido actor Julio Chávez también posee cierto magnetismo al conseguir que no te duermas del todo en una historia en la que no ocurre casi nada.
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