Miércoles, 14 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6268.
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 CULTURA
¿Un carnaval en Brasil a ritmo de 'techno'?
Malestar entre los puristas de la gran cita lúdica y cultural del gigante iberoamericano por el creciente protagonismo de Fatboy Slim y otros DJs extranjeros
IÑIGO GARCIA. Especial para EL MUNDO

BRASILIA.- El ministro de Cultura de Brasil y músico, Gilberto Gil, ha adquirido la costumbre de invitar a sus amigos extranjeros a su carnaval (léase el de Salvador de Bahía), otorgándoles, además, el papel protagonista.

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Si el año pasado fue el mismísimo Bono -líder del grupo irlandés U2 y con un pie en la política- el que se dio su baño de masas junto a Gil -cantando mano a mano el No woman no cry de Bob Marley-, este año será Shakira la que acompañe al titular de Cultura de Lula en su trío eléctrico.

Pero la colombiana no será la única star de relumbrón en aparecer por Bahía en estas fechas. Allí estarán, entre otros, Robert de Niro, Oprah Winfrey, Carlos Santana, Fatboy Slim o Ziggy Marley. Los tres últimos también actuarán para el público, robándole espacio al Axé -música bahiana por excelencia- y los ritmos afrobrasileños.

Junto a ellos, los miles de turistas con dinero ocuparán los camarotes -barracas de lujo elevadas sobre la calle con vistas al desfile- y el abadá, el estrecho espacio que rodea a los tríos eléctricos que desfilan, escoltado, además, por policías y por un cordón de seguridad. Fuera quedará la pipoca -la traducción literal al español es las palomitas-, donde millones de negros bahianos sin dinero para comprar la entrada al camarote o al abadá pelearán por tratar de bailar y divertirse en un espacio mínimo, entre golpes y empujones de la policía y los maleantes.

Año tras año, los bahianos se ven cada vez más fuera de su propia fiesta, y el malestar y las protestas crecen. En las calles de Salvador, se ven pintadas por un carnaval sin cordao -el cordón de seguridad es real, una cuerda que se mantiene tensa durante horas gracias al esfuerzo de miles de trabajadores que cobran unos 15 reales (menos de seis euros) por toda una noche de sudor y empujones-.

En 2006, la polémica estalló por todo lo alto, y en televisión. Pasando con su trío eléctrico -que no lleva cordón- frente al camarote de Gilberto Gil -uno de los más caros-, Carlinhos Brown montó el número.

Habló de los cordones, abadás y camarotes como «apartheid escroto» -apartheid de mierda, en jerga- y denunció ante el ministro que el pueblo necesitaba cultura todo el año, no sólo siete días de febrero. «El carnaval es una fiesta del pueblo para el pueblo, que está siendo desfigurada para el beneficio de los empresarios», remató Brown.

A pesar de las críticas de los defensores de la tradición frente al nuevo carnaval, algunos de los protagonistas extranjeros de éste no consideran que haya ningún problema. «Como dijo Elvis, un millón de personas no pueden estar equivocadas», se defendió en el diario brasileño Estado de Sao Paulo el DJ británico Fatboy Slim, casi ya un clásico del carnaval bahiano, que volverá a desfilar pinchando sobre un trío este año.

En el otro gran carnaval brasileño, el de Río de Janeiro, y para terminar de complicar las cosas, el ubicuo Hugo Chávez financió el año pasado el desfile de la escuela de samba Unidos de Vila Isabel, con 425.000 petrodólares. Los de Vila Isabel presentaron una alegoría sobre la integración de los pueblos latinoamericanos, uno de los caballos de batalla del presidente venezolano.

La polémica estaba servida y la puerta quedaba abierta de manos del comandante bolivariano para que cualquiera con el suficiente dinero -y eso incluye a gobiernos, ONG y multinacionales- patrocinase a las escuelas de samba en su propio beneficio. En el otro sentido, también el año pasado, una escuela de samba se negó a aceptar a participantes extranjeros en sus desfiles, a pesar incluso de las astronómicas cantidades que gringos de todo pelaje llegan a pagar por un disfraz de determinados blocos.

En cualquier caso, está claro que la pujanza de las estrellas internacionales ha ido ganando terreno y adeptos en el carnaval, mostrando que no sólo de samba viven los brasileños estos días.

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