Antonio Lucas
La realidad se va imponiendo a culatazos como un cabo chusquero. Atravesamos momentos de mucho ruido, de excesiva furia, con demasiado miedo para tan poco peligro. Pero el carnaval viene a rescatarnos para misiones más fecundas, como el paganismo de la máscara y el orgiote de los cuerpos tras un sayón de purpurina. El síntoma madrugador de la fiesta sin sosiego nace estos días en el Retiro, donde las modelos enseñan por la sisa la curva existencial de las tetas primavera/verano, esa masa corporal que nunca engaña y si lo hace resulta una verdad muy bien mentida.
En la trapería de la Pasarela Cibeles está reprimido el fanatismo del lujo como está el fervor de la revancha ondeando banderines en las calles. Hace falta carnaval. Pero del de verdad, no el que ofrecen los boletines horarios de los tertulianos y las comentaristas del rumor y la soflama. Ése en el que la vida se disfraza de certezas que no lo son, clavadas como hachas en el transistor. Todos hablan teniendo razón y nadie acierta en nada. El vodevil de los días está adobado de prohibiciones absurdas, de dudas sobre el Estado de Derecho, de lanzamiento de jabalina contra el pescuezo del adversario, aunque ahora se diga enemigo. Lo único que nos salva es el carnaval, las risas contra el rompeolas de tanto moralismo.
En las balconadas de los Austrias se acodaban los burgueses silbando a las serranas que iban a pecar a la orilla del río con algún bandolero de pañuelo cañí y faca con cachas de nácar. El carnaval lo inauguró Larra la tarde en que se hizo un siete de bala en la calavera con el espejo de testigo. Entonces Madrid no jugaba a ser esta marranera de voces interpuestas y acusaciones cruzadas, sino que los románticos se sentaban en el poyo de la noche bajo el tupé desesperado, luciendo un dandismo de trámite y suicida.
Hasta los vicios y los placeres han perdido gracia bajo el toldo de esta atmósfera de obra municipal. Cuando a los políticos les da por prohibir es que andan con miedo, escasos de ideas. Y cuando a la oposición le da por invadir lo prohibido es que no sabe por dónde hacer oposición. Las hamburguesas repugnantes, el vino, el tabaco, las drogas... Un día prohiben la gripe y al primero que tosa le caen dos hostias. No hay más que hipocresía en el afán de vedar la voluntad. Una sociedad madura no carbura con restricciones, sino que sabe del ángel negro de las tentaciones y convive con él, y lo disfruta. Son los problemas de la política de subvenciones. Ésta se sostiene malamente sobre un ideario anoréxico, sin imaginación, y por ignorancia o ceguera poda las flores del mal para evitarlas. Ilusos. Podían empezar por el peor vicio de este reino: la corrupción indiscriminada, por ejemplo. Hace falta carnaval. Como el que ofrecen las enteradas de la moda en el Retiro, donde las mozas trotan sobre un atardecer vacío, afiladas las caderas, vestidas de desnudez, clavando el puñal del tacón en este invierno incierto.
|