La primera bomba explotó en torno a las 9.15 de la mañana devastando el minibús Mitsubishi blanco. El conductor del segundo vehículo, que circulaba a poco más de 50 metros del primero, frenó y se apeó para entender qué había ocurrido. A los pocos minutos estalló el segundo artefacto, destruyendo su furgoneta. Dos deflagraciones concatenadas.
Una truculenta técnica muy común en la guerra civil que azota Irak. «La ayuda acababa de llegar cuando se registró la segunda explosión. Salimos corriendo por miedo a que se produjeran más. ¡Que la ira de Dios caiga sobre el que hizo esto! ¿Qué culpa tenía esta gente que sólo iba a trabajar», manifestó Genevieve Hayek, la propietaria de un bar de carretera sito en las inmediaciones del trágico escenario.
Así, con una precisión sorprendente, un doble atentado que mató al menos a tres personas y dejó una veintena de heridos volvió a sumir ayer al Líbano en la crisis más absoluta. Como también comienza a ser una constante en la atribulada transición libanesa, los autores no sólo eligieron una fecha especial -la víspera del aniversario del asesinato de Rafik Hariri hace dos años-, sino que tal acción se produjo cuando los medios de comunicación locales apuntaban a un posible giro positivo en la pugna de poder que mantiene el gobierno local y la oposición liderada por Hizbulá.
«Cada vez que una solución práctica se perfila en el horizonte entre las facciones libanesas para reforzar su unidad, los enemigos del Líbano se apresuran a cometer un nuevo crimen contra inocentes», declaró en este sentido el presidente, Emile Lahoud, al referirse al suceso.
Hasta el propio ex mandatario Amin Gemayel, un opositor político de Lahoud, cuyo hijo Pierre fue asesinado en noviembre, acusó a «manos extranjeras» de promover esta serie de ataques cuya minuciosa preparación rivaliza con el simbolismo de los objetivos elegidos.
En este caso se trataban de dos pequeños autobuses que transportaban a trabajadores cristianos procedentes de localidades como Bikfaya -la localidad natal del poderoso clan Gemayel-, Ain al-Touffaha y Bteghrine, que fueron destruidos cuando circulaban por la villa de Ain Alak, a una veintena de kilómetros de Beirut, en dirección a la capital libanesa.
Las fuerzas de seguridad estiman que los explosivos en forma de banana estaban escondidos bajo los asientos y constituidos por unos tres kilos de carga y metralla en forma de bolas de metal. En un primer instante, la agencia estatal de prensa libanesa informó que el número de víctimas era de 12 muertos y 10 heridos.
Katina Shibli afirmó a la agencia Reuters que se encontraba conduciendo delante del primer minibús cuando escuchó la detonación: «Nos detuvimos de inmediato y salimos corriendo para ayudar. En menos de 10 minutos se registró la segunda explosión». Samir, otro automovilista citado por Afp, dijo haber visto cómo «volaba» por los aires la segunda furgoneta antes de tener que ayudar a «dos personas que habían perdido las piernas».
Los dos transportes quedaron reventados. Uno reducido a chatarra retorcida. Entre los muertos se cuenta el conductor de la primera furgoneta. El de la segunda, quedó maltrecho, alcanzado por la metralla. Restos de metal y charcos de sangre aparecían regando el asfalto. «Éste es un acto para socavar el Líbano, para que termine como Irak» apuntó el legislador Nabil Nekoula al personarse en el lugar.
El suceso ha disparado la tensión en un entorno en el que la mayoría gubernamental planea movilizar a cientos de miles de seguidores en Beirut para recordar el asesinato de Hairi. La manifestación debería realizarse en la famosa Plaza de los Mártires, a escasos metros de donde acampan varios cientos de simpatizantes de la oposición.
«Es un mensaje claro. Le quieren decir a la gente que no utilice los autobuses para participar en la convocatoria. Mañana [hoy] es la ocasión para repetir nuestra defensa del tribunal internacional. Cada vez que movemos un paso hacia el tribunal nos encontramos con una explosión», observó Saad Hariri, hijo del difunto y uno de los líderes del sector oficialista. La pugna política libanesa se mantiene estancada desde hace meses principalmente en torno a la conformación del tribunal internacional que debería juzgar el asesinato de Hariri.