Miércoles, 14 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6268.
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Si comienza uno con certezas, terminará con dudas; mas si se acepta empezar con dudas, llegará a terminar con certezas (Francis Bacon)
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Sombra y cal
ARCADI ESPADA

Un escritor centroeuropeo me reprocha en la radio que estoy aséptico sobre De Juana. Y es que un momento antes sólo había calificado su andanza de trágica y repulsiva, como es siempre la andanza de un asesino. Al parecer hacía falta un par de barrenos, y barrenar. Los hombres de letras debiéramos importar con urgencia el instrumental de los científicos: ellos tratan virus, bacterias y venenos con asepsia formalísima. Lógicamente, se trata de evitar la contaminación. Los terroristas son gente que acaba siendo la mitad de menos cero. Convertirse en asesino está al fondo de un largo pasillo de descarte personal y político: y en torno de la decisión final sólo queda un pequeño clan selecto que ha resistido todas las purgas de la realidad. En ocasiones extremas, como en el caso de ETA, el clan está compuesto apenas por la sombra del tipo que empuña la pistola. Sin embargo es evidente que, aun reducido a la mínima expresión, el terrorismo tiene la siniestra capacidad de convocar en el lado de los que le combaten un proceso de descarte semejante.

La evidencia de que para responder al último crimen de ETA se necesitaran varias manifestaciones donde estaba reservado el derecho de admisión es sólo la expresión masiva, publicitada y espectacular de infinidad de pequeños pleitos personales que al otro extremo de la barbarie terrorista acaban por sumarse a la particular procesión disgregadora. Al otro lado de la raya también se corre el riesgo de acabar en la compañía complaciente de la propia sombra. Porque el fétido eco terrorista se expande entre las buenas gentes con todas las características prácticas que unifican y permiten sobrevivir al mundo del crimen, no sólo político. El terrorismo organiza un régimen en el interior de las organizaciones que lo practican y también fuera. Así, en determinados periodos de especial virulencia, los demócratas empiezan a vigilarse unos a otros con maneras de entomólogo estalinista. Se escrutan los movimientos, las amistades, las relaciones profesionales; se analizan los textos, las opiniones, hasta los formularios de encuestas; se miden las distancias y sobre todo las equidistancias. Sinuosamente van corriendo por el otrora mundo libre las especies: éste ya flojea; a este otro le quedan dos artículos; y es celebrado el día en que alguno de los otrora nosotros queda definitivamente encasillado en la categoría de traidor. La sombra, seca y negra, suspira de felicidad. El círculo suele cerrarlo el traidor. Frecuentemente, y como el que de pronto ha recobrado la libertad, empieza a comportarse con la holgura de un disidente convencional. Alguien que tiene como objeto principal, y casi único, de su vida la denuncia, tantas veces falsa e injuriosa, de las gentes con las que anduvo. Es decir, y vuelta, nosotros: ayer cálida persona del verbo y hoy secta.

(Coda: «La palabra nosotros es como cal que se vierte sobre los hombres, se va depositando y se endurece como una piedra aplastándolo todo bajo su peso». Ayn Rand, citado en Girauta, La eclosión liberal)

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