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Si comienza uno con certezas, terminará con dudas; mas si se acepta empezar con dudas, llegará a terminar con certezas (Francis Bacon) |
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AL ABORDAJE |
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La leyenda negra |
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DAVID GISTAU
José Javier Esparza ha escrito un par de magníficos artículos sobre cómo Apocalypto, el descenso al corazón de las tinieblas de Mel Gibson, refuta muchos de los argumentos que cimentaron la leyenda negra de la Conquista. La película, dura como el pedernal y de una incorrección política que revela que Gibson no vive de las subvenciones de Carmen Calvo ni de la mafia de la pegatina, desbarata la idealización de las culturas prehispánicas. Esa «bondad roussoniana», como decía Foxá, que sería la única característica de unos pueblos bucólicos, integrados en una existencia circular, jamás expansionista, cuyas únicas actividades consistirían en el rito incruento y en la contemplación de los astros. Abolidos en la memoria la esclavitud y los sacrificios humanos, de los que ya dio terrible noticia Bernal Díaz del Castillo, soldado de Hernán Cortés y cronista embedded, resulta fácil cargar a los conquistadores con la culpa de los agresores puros, de los liquidadores de un mundo inocente y tirando a hippie.
Quinientos años de distancia son una bruma que facilita la confusión y la corrupción de los hechos mediante una perspectiva. Pero, aunque las circunstancias históricas nada tengan que ver, resulta interesante comprobar cómo aquí ya se está intentando alterar la percepción sobre acontecimientos mucho más recientes: los referentes al terrorismo de ETA, al que ya, como dijo Patxi López, hasta se le entienden «en parte» las razones. El intento de renovar la leyenda negra, que ya ensució con matices de culpa a las propias víctimas e incluso a los poliomielíticos que pasaban por ahí, alcanza un exceso cínico con el intento de Pepiño Blanco de criminalizar a los manifestantes del Foro Ermua. Pero lo más significativo ha sido la campaña a favor de De Juana, ese delfín varado en la playa. Entregados al cálculo político, a la sumisión al poder, periodistas, intelectuales, artistas y hasta futbolistas se han encargado de imponer una perspectiva nueva que humaniza al terrorista, y por añadidura a la banda, que le concede los argumentos necesarios para consagrarse como víctima de un sistema abusivo por naturaleza y que intenta borrar de la memoria todos sus crímenes, y por añadidura los de la banda: hemos llegado a un punto en que, puestos a relatar un drama de la T-4, el perro Snowie merece más compasión y atención que Estacio y Palate.
Tal es el empeño de Zetapé en sacar adelante «el proceso» del que depende su supervivencia y que estaba atado a una cama, que ya le vale hasta la rehabilitación moral de ETA. Así, impuesta esta nueva perspectiva, dentro de 500 años, cuando la bruma distorsione Hipercor y a Irene Villa, al matrimonio Jiménez Becerril y las carcajadas contra nuestras lágrimas, a los historiadores les costará mucho no ver a los terroristas como los representantes de un pueblo bucólico y circular, entregado a la contemplación de sus «montañas sagradas», que desde luego no practicaban el sacrificio humano. A los que los sufrimos nos verán como agresores puros.
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