Miércoles, 14 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6268.
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 OPINION
Obituario / MIGUEL MENDIZABAL
El cura del circo
MIKEL SEGOVIA

No ocultaba su condición de payaso. Tampoco la de sacerdote. Incluso en ocasiones le definían como el cura que hacía el payaso por España. Y no se enfadaba. El carné de clown profesional era una de sus mayores satisfacciones. El padre Miguel Mendizabal, el cura del circo, como era conocido, murió como vivió y como invitaba a vivir: intentando hacer felices a quienes le rodeaban. Todos le recuerdan en su insistencia por aprovechar las oportunidades para ser felices. Era el modo en el que a diario terminaba sus misas, «hacedme el favor de ser felices», apelaba a sus feligreses en su parroquia, La Quinta, San Francisco de Asís, y en la carpa, su otra diócesis.

El circo fue su vocación oculta. Cuentan que incluso no hace tanto tiempo llegó a actuar, tenía título para ello, como payaso en un conocido circo chileno, el Tachuela. «Era lo que realmente le hubiera gustado ser, fue un hombre sensacional», recuerda José María González, director general del Circo Mundial, con el que Mendizabal tuvo una estrecha relación. «El mundo de la farándula era su gente, su familia, a la que entregó su vida».

Los payasos fueron sus favoritos. Y entre todos ellos uno, Tonetti, su auténtico ídolo. Eran numerosas la conversaciones en las que la familia Tonetti se convertía en el centro de sus recuerdos. A la muerte del genial payaso, Mendizabal no dudó en crear los premios que llevan su nombre. Su vida transcurrió entre dos vocaciones, la religiosa, que compartió con su hermano Javier, y la circense. La primera la desarrolló desde los años cincuenta. Con apenas diez años entró por primera vez al seminario, que al poco tiempo abandonó. No fue hasta terminar el bachiller cuando volvió a ingresar hasta ordenarse sacerdote. Su segunda vocación fue el circo. Lo llevó dentro desde muy pequeño. «Ya en el colegio Santiago Apóstol hizo sus primeros número cómicos. Le gustaba visitar a los ancianos y niños, a los que se dedicaba especialmente, en los asilos para hacerles reir», recordaba ayer Antón Villanueva, compañero de escuela y parroquia.

Su máxima preocupación fue acercar la fe al mundo de la farándula. Llevarles a su parroquia parecía un reto imposible así que se las ingenió para llevar la iglesia al circo. Para ello no dudó en convertir en altar una pequeña furgoneta que compró mediante colecta popular. La furgoneta incluía un pequeño altar dedicado a la Amatxo de Begoña. Con ella celebró centenares de misas, bodas, comuniones y funerales. Entre los enlaces, el más sonado fue el que celebró en 1980, uniendo a Bárbara Rey y Angel Cristo.

El padre Miguel Mendizabal, el cura del circo, murió el domingo tras arrastrar problemas de salud durante las últimas semanas. «Murió con las botas puestas», recuerdan sus más cercanos y «mientras preparaba su siguiente homilía tras pasar varios días en el hospital».

Pero el zurrón que se lleva el padre Mendizabal le habrá pesado mucho. Repleto, lleno de acontecimientos y amigos.

Llevar alegría era su auténtica preocupación. Y precisamente al lugar donde parece abundar, al menos de cara al público. Él sabía que no siempre en la farándula todo son sonrisas. Los problemas habituales dificultan aún más la ya de por sí complicada vida nómada de los feriantes. Miguel Mendizabal siempre estaba dispuesto. Tanto para dar consuelo, como para formalizar un papeleo tras una boda o para sacar una sonrisa. Creó una escuela ambulante que permitía a los hijos de los feriantes avanzar en sus estudios. Sus celebraciones religiosas bajo la carpa fueron noticia en numerosas ocasiones. Le gustaba realzar los preceptos religiosos con la magia del circo. Bodas y comuniones en las que acróbatas y elefantes se convertían en unos participantes más. «Sus misas tenían magia. Recuerdo una boda en la que un elefante llevó el ramo de la novia», recuerda José María González.

Miguel Mendizabal nació en 1933 en Ortuella y murió el pasado 11 de febrero de 2007 en Bilbao.

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