No es de buena crianza apartar a cinco señoritas diabólicas pero decentes porque no han dado la talla en la balanza o la romana. Estas señoritas no estarán sobradas de arrobas, pero están sobradas de imaginación para ser las mejores modelos de la Pasarela Cibeles, las novias de la muerte alegre, las novias distraídas y sin peso en los paraísos artificiales de Baudelaire y la alta costura madrileña. Son iluminaciones en la sombra, amantes sin amor de Rimbaud, señoritas negras de Verlaine. Son sacerdotisas del cuerpo escaso y el muslo largo y pasajero. A ellas las enseñaron a lucir la carne desarropada sin saber que las enseñaban otra cosa, como es el cuerpo desarropado de carne, todo lo contrario de lo que busca el buen burgués madrileño en esos desfiles fugaces que preside distraídamente y en silencio algún señor de Marichalar.

Primero fueron ninfas del Retiro y luego han dado en musas de la poesía reinventada y los modistos imaginativos que ya no saben los caminos del pecado y han empezado a frecuentar los caminos malditos, diabólicos, de la virtud, que son los desnudos sin cuerpo y los modelos ambiguos, modelos sin modelar que pasean ante nosotros un verano venidero y un tanga aristocrático.

Los modistos, sí, tenían una idea fugitiva de a dónde iban estas chicas, pero creyeron que todo terminaba en el botellón y la litrona de madrugada, con beneficio para la firma que más vende gracias a estas otras firmas que se han paseado en beneficio de la venta en serie y el volante de entrepierna.

Así iba todo en el desfile de Cibeles, muy bien montado, cuando una modelo decidió seguir sola, tirar por una calle anticuada e insinuar el esqueleto a cada paso para denunciar la fiesta de las despeinadas y los vacíos de la moda. ¿Qué es más pecado, la carne o el hueso? En el catecismo es la carne y en la Biblia es el hueso. En los desfiles de las pasarelas el pecado es el precio.

Los diseñadores españoles son muy creativos y puntuales, pero no saben a qué hora da su señal el reloj atrevido del desnudo femenino. Dejan más bien a la intuición de los relojes blandos y carnosos, como aquellos que exponía Salvador Dalí, para repetir la hora del amigo, del amante, del novio, del etc., que es el más visitado y visitante.

Las chicas tenían cinco kilos menos de lo previsto y las señoras orondas y he- redadas se han presenta- do en punto al desfile para denunciar, como guardias civiles gordos, la revolución de las diabólicas que esta noche cenarán, excarceladas, en Lucio o en José Luis, porque han añadido una culpa a las culpas de la carne o el pescado y ya todo el mundo sabe lo que sólo sabíamos unos cuantos: que una ropa revolcada tiene más lirismo que una ropa planchada. Y más sudor, que también cotiza.