Es posible que me ocurra lo que a aquellos padres que, a fuerza de ver a su niña todos los días, no han reparado, a diferencia de los que la ven esporádicamente, en que ha ido creciendo y haciéndose más guapa de lo que ellos la ven, pues no dejo de sorprenderme cada vez que oigo de alguien que visita Barcelona lo fantástica y bonita que le parece. No lo dicen por cortesía, sino convencidos de hallarse en un lugar que les fascina. Y me sorprendo, no por que piense lo contrario, sino porque no lo percibo de igual manera.
Es obvio que Barcelona ha mejorado muchísimo en unos cuantos años. Los que la vivimos a diario nos sentimos muy orgullosos de ella, especialmente desde las Olimpiadas, que fueron un estímulo para la gran mayoría.
Sin embargo, tengo la percepción de que la Barcelona de noche podría ser mucho más atractiva de lo que es; más alegre y más brillante. No hablo de su gente, que bastante pone de su parte, sino de la ciudad en sí.
Un amigo francés, que a menudo pasa por nuestra ciudad, de la que es un auténtico admirador, me comentaba lo bien que se sentía en ella durante el día y, por el contrario, la pesadumbre que le invadía cuando llegaba la noche. Entonces Barcelona le parecía triste.
Pienso que no le falta razón. Barcelona, durante el día, es una ciudad luminosa y soleada y, en cambio, de noche resulta triste, oscura y opaca.
La dichosa voluntad de ahorro por parte de algún concejal demasiado alternativo, o el exceso de celo por no molestar a algún vecino, nos ha procurado una ciudad deslucida, que en ciertos barrios raya lo deprimente. No me refiero de las ridículas bombillitas que se cuelgan en Navidad para cubrir el expediente -eso merece capítulo aparte-, sino a la falta de iluminación de nuestros edificios, de nuestras esculturas, de nuestros cines y teatros Barcelona es una ciudad cuya arquitectura es admirada por todo el mundo, y no solamente se deben iluminar los edificios modernistas que todos conocemos, sino muchos otros que por su singularidad y nobleza son dignos de ser cuidadosamente alumbrados.
Nuestros cines y teatros se ven obligados a poner unas marquesinas de proporciones tan discretas que, en algunos casos, pasan tristemente desapercibidos. Todo lo contrario de lo que sucede en Broadway o en el West End, emblemáticos barrios de ciudades que, como la nuestra, viven del turismo que transita extasiado por sus calles.
Muchas veces he oído de algunos barceloneses criticar al Consistorio porque, según dicen, se preocupa más por el diseño y las apariencias que por sus necesidades más fundamentales y cotidianas. Posiblemente no les falte razón; sin embargo, no hay que olvidar que Barcelona es la primera ciudad turística de España y de las primeras de Europa, lo que supone una importantísima fuente de ingresos.Es por ello que debemos reflexionar sobre su escasez de luz, y guiarnos por capitales como París, Londres, Nueva York o Hong Kong, urbes que refulgen y encandilan a cualquiera y que son referentes de dinamismo y, lo que es más importante, de vida.