ANTONIO LUCAS
MADRID.-
El primer día de Arco tiene algo de capricho endomingado. La presunta calma que cruza los pabellones 7 y 9 de Ifema, donde un año más se celebra esta XXVI edición de la feria, es en verdad un discreto pulso de compras y transacciones que corre desde primera hora de la mañana para los exclusivos visitantes de las primeras jornadas.
Y así será hasta que mañana, a partir de las 14.00 horas, se abran las puertas para el público general. Este es el año del estreno de Lourdes Fernádez al frente de Arco. Empieza la la transición cadenciosa de una feria que se ha consolidado dentro, pero que tiene el reto inaplazable de apuntalarse en los grandes foros internacionales, de ofrecer confianza.
Las primeras y tímidas medidas de esta transformación eran visibles ayer: más galerías extranjeras, más artistas internacionales, mejor selección de obras, menos accidentes visuales en los pasillos de los pabellones... «No hay duda de que esta edición es mucho más interesante», comentaba Helga de Alvear en sus dominios, amparada por piezas de Jean-Marc Bustamante, Boris Mikhailov y Frank Thiel, entre otros. «Este año es menos rancio. Así de claro. Hemos aprendido a ser selectivos en lo que mostramos», ataja.
¿Y eso de que el público tenga menos días de visita? «Pues muy bien, sinceramente. Ya hemos hecho cultura durante muchos años, lo que ahora queremos es coleccionistas. Y para eso también es necesario que se reabra el debate sobre el abusivo IVA del 16% al arte. Mientras siga siendo de este modo no se evitará el flujo de dinero negro», contundente De Alvear, como siempre.
Tampoco escapaba a Elvira González el entusiasmo por una feria «más rigurosa». En su exquisito stand, con obras de Millares, Esteban Vicente, Juan Asensio y Richard Chamberlain, defendía «la mezcla de calidad entre los pabellones, más palpable».
El equilibrio entre pintura y fotografía es uno de los aspectos llamativos de esta edición. El vídeo, sin embargo, ha ido perdiendo compás, se ha difuminado. Están los popes de siempre, como Picasso -espectacular el que exhibe la galería Jan Krugier en el pabellón 7- y otros artistas esenciales de las vanguardias históricas, pero el despliegue es mayor -no siempre fue así- en la contemporaneidad, en lo último. Se añade de nuevo a la lista de consagrados Richard Serra, con una pieza rotunda de 36 toneladas que tiene «casi vendida» en dos millones de euros a un particular la galería Carreras/Múgica de Bilbao. Mientras en el stand de Marlboroug cuelga una de las piezas más caras de la feria, Study from the human body (1982), cifrada en más de nueve millones de dólares.
La feria arriesga poco, eso se aprecia también. El mercado dicta. Y lo que ordena es que haya menos estridencias para los gustos del consumidor. Hay calidad, sí, pero escasas sopresas. El riesgo queda para las otras grandes citas donde se marca el rumbo de lo comtemporáneo en el arte, de lo que vendrá.
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