'Un marido de ida y vuelta'
Autor: Enrique Jardiel Poncela. / Dirección: Mara Recatero./ Escenografía: Gil Parrondo./ Intérpretes: Abigail Tomey, Juan Calot, Andoni Ferreño, José Lifante, Jordi Soler, Yolanda Farr y otros./ Escenario: Reina Victoria.
Calificación: ***
MADRID.- Empezaré reconociendo que mi entusiasmo por Jardiel no es indescriptible. Lo cual deja perplejos a muchos de mis amigos, jardielistas convencidos, entre ellos, Alfonso Sastre; mayores desavenencias suscitan mis controversias en torno a Jardiel que otras cuestiones de más trascendencia. Sin embargo, necesario es reconocer que, en tiempos de penuria escénica y de las otras, Jardiel Poncela rompió moldes y nadó a contracorriente de una estética berroqueña y antiestética; aunque a mí esa ruptura me parezca estéril.
Ni siquiera su pasiva aceptación de los principios políticos del momento le sirvió de salvoconducto para transitar por los escenarios españoles; lo cual es un sarcasmo irritante. A la postre, la singularidad dramática, por inocua que sea, es tan mala como la insumisión política. Sociedad mostrenca y monolitismo ideológico, aliados, tienen efectos devastadores. Dicho esto, he de reconocer que montajes como éste, Un marido de ida y vuelta, elegantemente estilizado por Mara Recatero, me abre la puerta, cuando menos, a una reconsideración que acaso me lleve al buen camino. Mucho tendrán que ser desbrozados de amontonamientos elusivos, chistes evasivos y nudos gordianos de difícil solución, los caminos de Jardiel. Mas conste que, por mi parte, la disposición está a punto y el primer paso, dado.
La limpieza de trazo, la aproximación al texto sin excesos ni mixtificaciones es lo más significativo de la dirección de este montaje. Recatero tiene sensibilidad para desnudar limpiamente el alma de los hombres y de las mujeres de la comedia; y, lo que es mejor, tacto para la reciprocidad de sentimientos, por absurda e inverosímil que sea la situación. En esa línea de complicado y sutil psicologismo es donde Recatero y Jardiel se compenetran mejor, a través de unos personajes conmovedores y, en ocasiones, adorables; la dirección los ordena discretamente en un alarde de equilibrio, a caballo de dos mundos: la apariencia de realidad y la evidencia de ultratumba.
En el marco de una escenografía doméstica y estática, se suceden los prodigios y las sorpresas. Brilla, sobre todo, la precisa y expresiva naturalidad de Juan Calot, en un espectro vestido de torero y enamorado de su mujer antes y después de la muerte; en clara sintonía con él, Abigail Tomey, adorable en una Leticia exquisita y frágil. Un marido de ida y vuelta, en torno a estos dos personajes y el más contundente de Andoni Ferreño, funciona como un mecanismo de relojería en dos aspectos especialmente: la jocosa manifestación de efectos extrasensoriales y una interpretación homogénea al servicio de la fluidez del texto.