La parafernalia política desplegada ayer en la Plaza de los Mártires y en la adyacente de Riad El Solh resumía ayer la profunda división que registra la sociedad libanesa. No se trataba sólo de los cientos de soldados que, metralleta en mano y apoyados por tanquetas, se tuvieron que desplegar entre los dos bandos. Ni las alambradas, vallas metálicas y barreras de cemento que marcaban el territorio de cada cual. Eran también los carteles, las proclamas y el cruce de acusaciones. La misma maquinaria asesina: 1975-2006. Hecha en Siria, se leía en una de las pancartas que exhibían los seguidores del Gobierno liderado por Fuad Siniora.
«Sí, no dejan de llamarnos asesinos. Pero lo curioso es que esa gente siempre dice 'nos tememos un atentando' y, de pronto, ¡boom! Aquí tienes el atentado. ¿Quién está poniendo realmente estas bombas? ¿Quién se beneficia de esta serie de asesinatos?», inquiría desde la tienda de campaña que ocupa Vicken Bosnoyan, uno de los seguidores de Michel Aun, que junto a los militantes de Hizbulá y Amal conforman el grueso de los manifestantes que acampan en el centro de Beirut desde el 1 de diciembre.
Unos enarbolaban retratos de Rafiq Hariri y escuchaban uno de los discursos que pronunció mientras vivía. Otros miraban cómo Al Manar, la televisión de Hizbulá, reproducía la última alocución de Hasán Nasrala, líder del grupo chií.
Todo en cuestión de metros. Los mismos que separan los flamantes edificios construidos en el centro de la capital de los que todavía permanecen acribillados por la metralla de la última guerra civil.
Diatribas virulentas
Así, bajo la sombra de un pasado atribulado que cada día semeja ser más presente, cientos de miles de libaneses -las fuerzas de seguridad estimaron que eran 300.000- se reunieron para conmemorar el segundo aniversario del asesinato del ex primer ministro Rafiq Hariri, en un acto que derivó en una plataforma donde se escucharon toda suerte de virulentas diatribas contra Siria y sus aliados políticos locales.
El líder de la minoría drusa, Walid Jumblat, pareció recuperar los tiempos en los que ejercía como señor de la guerra y se prodigó en insultos contra el presidente sirio, Bashar Asad, al que llamó desde «mono» a «carnicero». Jumblat habló de «venganza» y de «pena de muerte» en un ejemplo del grado de encono que ha alcanzado la crisis libanesa que se inició precisamente con el homicidio de Hariri.
El atentado del martes, que por primera vez se cebó en dos autobuses repletos de civiles, «trajo a la memoria el ataque contra un autobús [donde murieron 27 viajeros palestinos] en 1975 y que empujó al país a 15 años de guerra civil», como escribía The Daily Star.
El tono de las incontables intervenciones que se sucedieron a lo largo de la mañana permite adivinar que los dos sectores mantienen un trayecto que irremediablemente lleva a la confrontación.
Samir Geagea, que antaño se prodigaba en llamamientos a la calma, arremetió contra Hizbulá y recuperó la petición para que se desarme su milicia. «No aceptaremos ningún arma que se encuentre fuera del control del Ejército», gritó entre un clamor de aprobación, y añadió que el actual presidente y aliado sirio, Emile Lahud, terminará «en el basurero de la Historia».
Desde primeras horas de la mañana, colas de camiones y autobuses, repletos de viajeros, confluían hacia Beirut. Miles de personas tuvieron que marchar a pie durante kilómetros para conseguir acceder a la Plaza de los Mártires.
Los discursos se interrumpieron a las 12.55, la hora en la que se registró la deflagración en el año 2005. La multitud mantuvo un minuto de silencio bajo el canto del muecín de la mezquita y el repicar de las campanas de una iglesia.
Lo curioso es que los dos sectores coinciden en reclamar que se averigüe quién mató a Hariri. El propio Nasrala publicó ayer una misiva en el diario As Safir en la que afirmaba que descubrir a los asesinos «es una demanda nacional colectiva y no pertenece a un solo campo».