Al rechazo por parte de tres parejas a que les casara un edil negro, el pueblo flamenco de Sint-Niklass (San Nicolás) ha respondido con solidaridad y cordura. Ayer, Día de San Valentín, el concejal Wouter van Bellingen casó a seis parejas, y tiene llena toda su agenda para 2007. Tanto que el próximo 21 de marzo dos centenares de parejas se van a casar o a reafirmar sus votos de forma simbólica en una ceremonia dirigida por él como forma de protesta en contra del racismo.
Nunca una boda significó tanto: un acto de amor, una muestra de solidaridad y un rotundo gesto antirracista. Cuando las seis parejas que ayer se casaron en el Ayuntamiento de Sint-Niklass eligieron el 14 de febrero como el día en el que iban a formalizar su unión bajo el vínculo del matrimonio no sabían que ese día iban a ofrecer una imagen desconocida en Flandes: la de la tolerancia y la integración, frente a la del racismo y la xenofobia que se han ganado los flamencos tras las elecciones con su creciente apoyo a un partido extremista, el Vlaams Belang.
No quiso el cielo de Sint-Niklass abrirse para regalar algún rayo de sol a las radiantes novias que ayer daban el «sí quiero» a sus príncipes azules. Más bien al contrario, un cielo plomizo y una lluvia persistente y a ratos intensa, mojaba los tules, ajaba las flores y convertía el paseo del coche hasta el precioso ayuntamiento gótico en una carrera desbocada para salvar el peinado. Dentro del concejo, y una vez desechos de los abrigos, empiezan a asomar hombros femeninos, sonrisas nerviosas y los últimos retoques antes de la entrada del regidor que oficia la ceremonia.
Solemne y ataviado con una banda amarilla a la cintura, aparece sonriente y sereno. Pide perdón por la presencia de varias cámaras y periodistas y hace una pequeña broma para romper el hielo y relajar el ambiente. Es flamenco, nacido en Amberes, con nombre y apellido flamencos, pero demasiado oscuro de piel para no llamar la atención. Tiene 34 años, mujer y dos hijos y es el edil responsable de oficiar todos los matrimonios civiles de Sint-Niklass desde enero.
Su historia no es fácil, sus padres ruandeses de la etnia tutsi vinieron a estudiar a Bélgica a principios de los 70 y aquí concibieron al peleón concejal. Tan pronto como dio a luz, la madre de Wouter lo entregó en adopción y el niño fue a parar al seno de una familia flamenca que ya había adoptado otros tres hijos, uno mulato, una india boliviana y una niña blanca.
Con una gran dosis de calma, Van Bellingen quita hierro al veto racista y recuerda que su agenda de bodas «está completa para todo el año». Insiste en que las muestras de cariño se han multiplicado y que, de hecho, le paran por la calle para decirle que le apoyan incluso cuando no le han votado. Tiene el respaldo incondicional de toda la corporación municipal y, la sartén por el mango: «Soy el concejal para las bodas de la ciudad, y aunque es posible que otros ediles oficien matrimonios cuando se trata de amigos o familia, yo tengo que autorizar que sea otro el que me sustituya». Así las cosas, repite una y otra vez a los que le rechazan cuáles son sus tres opciones: «O me aceptan a mí como oficiante, o se mudan a otra ciudad, o esperan seis años hasta las próximas elecciones». No hay rabia ni despecho en sus palabras, nunca pierde la sonrisa y más parece que habla de jóvenes caprichosos que de extremistas que le rechazan por el color de su piel.
«Lo más importante -señala- es que, gracias a este desagradable incidente, el debate del racismo está en las calles más patente que nunca» y se muestra orgulloso ante el evento que se avecina. El próximo 21 de marzo, para celebrar el día contra el racismo, oficiará una ceremonia simbólica casando o reafirmando el matrimonio a 200 parejas. «Van a venir de Holanda, Alemania, Francia, y de todo Bélgica. Todos contra el racismo para evitar que esto se repita». En su pequeño despacho, su secretaria aclara que la idea surgió el pasado lunes y que desde entonces ya han llegado 50 confirmaciones oficiales.
«Es un tipo genial», asegura Eva Maeyer, una de las felices casadas a la salida de la ceremonia. «Le conocemos desde que era pequeño y es genial». Eva y Werner, la segunda pareja que ayer se dio el sí, querían que fuera Wouter quien les uniera en matrimonio y no comprenden cómo todavía pueden ocurrir algo así. «El racismo es algo estúpido, todos somos iguales, estamos en el mismo barco, nadie es mejor o peor que los demás», añade Werner.