Viernes, 16 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6270.
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Un café en la biblioteca
LAURA FERNANDEZ

Al despacho de Francesca Bonnemaison sólo le falta la cafetera.Hay libros por todas partes y, tres días a la semana, hay lectores ansiosos por compartir un café con sus autores favoritos. Los autores están, pero no la cafetera. Seguramente será cuestión de tiempo, o no. Quizá la culpa la tenga el sentido figurado, o los viejos intelectuales de café parisino.

El caso es que el ciclo Vine a fer un cafè amb... que puso en marcha hace dos años el Consorci de Biblioteques de Barcelona está más vivo que nunca, aunque siga descafeinado. Eduard Molner es el encargado de confeccionar la lista de invitados. No tiene especial predilección por los escritores, aunque son mayoría los que han pasado ya por el despacho de Francesa Bonnemaison (situado en el primer piso de la biblioteca que lleva su nombre y que acoge dos de las tres citas semanales del ciclo: las de los martes y los miércoles). También han pasado directores de teatro, actores, editores y hasta traductores. Algunos han hablado de sus libros favoritos o de los autores que les han incitado a probar suerte del otro lado. Otros han leído algunos cuentos o han sido entrevistados por alguien que, a su vez, era un gran conocedor de su obra. Y todo ante la atenta mirada de una treintena de personas (en el mejor de los casos, hasta 80 curiosos lectores).«La intención es demostrar que quien lee, hace cosas interesantes.Y, de esta manera, invitar a leer a los participantes», dice Eduard.

Desde Manuel Vázquez Montalbán hasta John Irving, pasando por Truman Capote y Charles Bukowski, el ciclo permanente Vine a fer un cafè amb... desmonta y reconstruye novelas (pero también cómics y obras de teatro) en grupo. Es decir, es un escritor o un profesor o un editor o un experto quien sostiene el libro ante la treintena de sillas ocupadas, pero son quienes las ocupan los que completan su significado.

«Ha venido Vicente Molina Foix a hablarnos de Susan Sontag, por ejemplo, o ha venido Jordi Puntí a hablar de John Irving y Truman Capote. En la mayor parte de los casos, vienen escritores a hablar sobre escritores que les han influido o que admiran», explica Eduard. El público escucha y, luego, opina. El viejo mobiliario (restaurado) del despacho de Francesca Bonnemaison como telón de fondo. «Desde el principio nos pareció que este lugar era perfecto. Se abrió en 2004 y un año después ya era nuestra sede», cuenta Eduard. Aunque, debido al limitado espacio, no siempre es testigo de estos encuentros.

Hasta los cafés tienen días especiales. Y más si se toman en bibliotecas. Esta semana, sin ir más lejos, el reciente encuentro de novela negra (BCNegra) celebrado en la ciudad, permitió dar una vuelta de tuerca a tan selecto club y convertir la tertulia habitual en una especie de performance llamada Bukowski para actor y trompeta.

El libro en cuestión es Se busca una mujer, una antología de cuentos. Manel Sans, el actor encargado de dar voz al malo de Bukowski (Chinaski para sus lectores), grita: «¡Deje de mirarme las tetas, señor!» y Dan Possen (el trompetista) interpreta una breve pieza hollywoodiense. El grito corresponde al título del cuento en cuestión. Son las siete de la tarde, acaba de arrancar una de las tres sesiones especiales del encuentro literario y ya hay 40 personas sentadas ante la pareja y al menos otras 40 de pie. La fórmula es todo un éxito.

«La verdad es que la acogida ha sido muy buena desde el principio, aunque nos gustaría que el público fuese más variado. El perfil del asistente excluye a los teenagers, por ejemplo», asegura el coordinador. Los participantes suelen ser personas de mediana edad, sobre todo mujeres. Aunque en las sesiones especiales, como las que esta semana han rendido homenaje a lo negro, el público es de lo más variado: desde veintañeros hasta jubilados.

Ése era más o menos el perfil de participantes cuando la biblioteca cafetera echó a andar hace un par de años. «Todo empezó el Año del Libro y la Lectura», dice Eduard. En 2005, en el marco de tan manido año temático, arrancaron un sinfín de iniciativas que no pasaron de su primera edición. El encuentro BCNegra y el Vine a fer un cafè amb... son dos de las propuestas que sobrevivieron al derrumbe estadístico.

Empezó con cuatro actos semanales que en 2006 se redujeron a tres. Este año se ha repetido la fórmula. «Al principio programaba los temas con un mes de antelación. Después con dos, y ahora lo hago trimestralmente. Es mejor para la promoción, pero excluye parte de las novedades. Aunque ya hay algunas editoriales que nos anticipan los libros que van a publicar para que podamos incluirlos en el programa», explica el coordinador.

El primer año se realizaron 128 actos o cafés. El segundo, alrededor de 80. Éste se espera que repita las cifras del anterior. Los invitados se multiplican por dos y hasta por tres, porque a menudo son dos o tres las personas que hablan del libro en cuestión.

La mencionada biblioteca Francesa Bonnemaison acoge los encuentros de martes y miércoles (de siete a ocho) y la Jaume Fuster los de los jueves. De entre las citas inminentes, destaca el próximo martes 27 de febrero el encuentro con el periodista Pau Dito Tubau, que hablará sobre J.M. Coetzee. Un día después, la escritora Mercè Ibarz charlará sobre Doris Lessing. El próximo mes, ilustres lectores y lectoras de Sylvia Plath, Rosalía de Castro y Caterina Albert se enfrentarán a una sesión con público.

La idea no es sólo la de acercar al público ciertas obras más o menos imprescindibles, sino la de crear un hábito en el lector o, más bien, recuperarlo: el de la tertulia. «La idea es que leer un libro deje de ser un acto aislado y se convierta en un cruce de opiniones», dice Eduard y añade: «Al principio parecía imposible, porque la gente escuchaba a quien venía a hablar pero no se atrevía a participar». Ahora las cosas han cambiado. Hay algunos habituales que no tardan en abrir fuego. «Hacen referencia a otros libros que han leído y que tienen algo que ver con el autor o con el tema del que se está hablando y entonces se inicia un diálogo entre el invitado y los presentes que puede alargarse hasta el cierre», explica Eduard.

El cierre suele echarse a las ocho. Algunos se quedan unos minutos más para charlar con el escritor invitado o para pedirle un autógrafo.«Está claro que, depende de quién venga, la cosa acabará a la hora o poco después, pero normalmente se respeta el horario», dice Eduard.

El éxito de convocatoria de la primera y segunda temporada cafetera, parece asegurar no sólo su supervivencia sino que probablemente anticipe el carácter tradicional de las citas semanales. La idea era devolver al lector la tertulia de café que los intelectuales afincados en París (pero también en Madrid, Barcelona y casi cualquier capital que se precie, aunque París se lleva la palma por la de literatos exiliados que la tomaron como centro de operaciones a mediados de siglo XX) convirtieron en una institución literaria.Aunque descafeinada: no importa lo que hayas leído hasta el momento, sólo lo que leerás a partir de entonces.

«Nadie debe sentirse más o menos importante por haber leído a los clásicos o no, lo único que queremos es dar a entender a cualquier lector curioso que participe, que quien lee e investiga, quien no se queda en la superficie sino que busca lo que realmente quiere, acaba haciendo cosas interesantes, acaba yendo siempre más allá», considera Eduard.

En estos tres años, el periodista no ha dejado de sorprenderse al respecto. Como se sorprendían los asistentes a uno de los encuentros de esta semana de los gritos de Big Bart, el tío más salvaje del Oeste, según Bukowski. Para los que no conocían su sórdida pluma, todo eran risas (Manel Sans tuvo que interpretar un buen montón de orgasmos); para el resto, una buena oportunidad de compartir su gusto por el viejo indecente.

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