José Luis Giménez-Frontín
Que la crispación política puede empapar los programas tertulianos también en Cataluña es evidente y lógico. Yo lamento, sin embargo, que espacios poco proclives al dislate puedan dar cabida al tópico.Sin duda son secuelas del último episodio de la crispación ambiental que está generando la batalla, ciertamente política, por la composición del Tribunal Constitucional.
Pues bien, si alguien quiere pulsar la opinión dominante entre la intelectualidad catalana por fuerza debe de estar atento al programa matinal de Josep Cuní en TV3, y en especial a su debate de contertulios. (Al debate, no a las encuestas, que no reflejan más que esa porción, poco representativa en términos sociológicos, de espectadores muy motivados y dispuestos a participar por teléfono).Pues bien, el viernes pasado escuché a un periodista tan veterano como Jordi Barbeta decir (la oralidad me impide citar textualmente, pero supongo que existen registros del programa) algo así como que «no le cabía en la cabeza» la posibilidad de calificar de «progresista» a un fiscal. Según él, se trataba de todo un oxímoron como aquel de «pensamiento navarro», tan cacareado. El caso es que sus colegas de mesa -Vicenç Villatoro, Anna Sallés y Josep Ramoneda- callaron e incluso esbozaron una media sonrisa (¿de incomodidad? ¿de complicidad?), mientras Cuní que, cuando quiere, no le pasa una al mismísimo Papa de Roma, no consideró oportuno hurgar en las palabras de su invitado.
Es evidente que Jordi Barbeta no pretendía expresar el ideal de que un funcionario al servicio de la Administración debe de ser neutral, honesto y eficiente y que, en este sentido, por el hecho de cumplir escrupulosamente con su deber, estaría fuera de lugar el calificarlo de «progresista» o de «conservador», cuando no de «reaccionario»: el chiste posterior sobre la capacidad intelectual de los navarros (¡y qué mal suena en boca de un catalán que conoce, por propia experiencia, el pelaje y talla de los chistosos habituales!) no dejaba lugar a dudas sobre el sentido de su comentario relativo al ejercicio de la profesión de fiscal.Yo creía encontrarme en el túnel del tiempo, cuando una minoría de ciudadanos topaba -topábamos- con los servidores de la ley de la dictadura (¡y con sus periodistas!) y recurría por fuerza a la retórica de la clandestinidad. Pero hoy, ¿cómo olvidar, por ejemplo, la campaña «a futuro» de tantos profesores comunistas -en España, pero sobre todo en Italia- para incitar a sus estudiantes a opositar a la policía, la fiscalía y la judicatura? Porque si el servicio «neutro» a los ciudadanos desde la Administración requiere honestidad, también es cierto que el margen de interpretación y aplicación de la Ley -de toda Ley, la nacida en democracia también- es amplísimo y revela sin duda sensibilidades, enfoques y comportamientos concretos que podrían ser calificados políticamente.Hay que estar muy crispado para olvidar tales obviedades y dejarse llevar por el tópico.
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