Todo lo que hace un artista es arte. La lógica que Warhol aplicó a Las chicas de Chelsea, su puñetazo definitivo al cine underground de los 60, debe extenderse hasta el último fotograma de Jonas Mekas, sin ir más lejos. Mekas es uno de esos tipos que hace cosas raras con una cámara. O, lo que es lo mismo, cine experimental.Antoni Pinent, realizador, productor y programador de cine experimental, habla a menudo de él. Porque es el responsable de que el cine que no tiene a dónde ir tenga sentido y porque, además, ha puesto en marcha un diario filmado. No, el cine experimental no tiene límites.
Antoni Pinent tenía 15 años cuando se dio cuenta de que quería ser director de cine. O algo parecido. «Ya por entonces me gustaba hacer cosas raras. No me interesaban las historias corrientes», dice. Antoni es hoy programador del Xcèntric, codirector del Xperimenta, comisario de la muestra That's not entertainment (que puede verse hasta el 18 de marzo en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona), profesor ocasional y un incansable e inclasificable realizador. Bueno, y un buen montón de cosas más.
No cree que el cine de David Lynch sea experimental porque no tiene en cuenta el formato original. «El cine comercial, el narrativo, cuenta una historia. Y el cine experimental se centra más en el medio cinematográfico. Por eso tiene que verse en su formato original. No tiene sentido que David Lynch filme su última película, Inland Empire, con cámaras que le han costado 150 dólares y que luego la exhiba como una película convencional», dice Antoni.Eso no quiere decir que no deba exhibirse en una sala de cine, sino todo lo contrario. «Deben exhibirse en salas de cine, pero en su formato original», insiste Antoni.
«El propio soporte es la película. Es como ver una postal de un cuadro de Van Gogh. Nunca será lo mismo que ver el cuadro en sí. La profundidad de la obra de Van Gogh es inapreciable en una postal», argumenta el realizador, que estos días imparte un curso de cine sin cámaras en la sede de la SGAE en Barcelona.
«La docencia del cine experimental es un territorio virgen. Todavía no forma parte de ningún temario universitario, así que uno no sabe bien por dónde empezar», explica el también profesor ocasional.Le sorprende que las escuelas de cine sigan sin incluir más que, a lo sumo, cursos sobre alguna de las facetas del cine experimental.«Todo lo que sé lo aprendí solo. Era lo que me gustaba e investigué», cuenta Antoni, cofundador de la revista Cabeza Borradora, especializada en el documental y el cine experimental.
Eso fue a su llegada a Madrid. Antoni estudió cine en San Sebastián y, cuando acabó, regresó a Barcelona para estudiar Historia del Arte y luego se mudó a Madrid.
Mucho antes, Keith Griffiths, autor de Cine abstracto, una especie de antología cinematográfica de realizadores experimentales, había despertado su curiosidad por el cine raro. Entonces sólo tenía 16 años. Cuando se mudó a Madrid tenía 25 y la idea de montar una revista en mente. Cabeza Borradora les permitió «dar a conocer lo que nos gustaba y, a la vez, reflexionar sobre ello», cuenta. «Y fue genial porque conseguimos una entrevista con Michael Snow, uno de los popes del cine experimental, para el primer número», recuerda. La revista le abrió muchas puertas pero fue seguramente su atino como productor («prefiero acompañar la obra que realizarla», dice) el que le convirtió en menos de dos años en programador de salas alternativas como La Enana Marrón.
Su siguiente parada fue Londres, donde se hizo con un montón de películas, construyéndose una impresionante mediateca de cine experimental. De vuelta en Madrid, recibió un día una llamada del CCCB. Querían que programara el Xcèntric. «Así que me vine para acá», cuenta Antoni, que siguió dirigiendo y produciendo (cada vez más en serio, porque su intención no es reconstruir las viejas cooperativas norteamericanas que hacían posible la distribución y exhibición de este tipo de películas, sino crear un nuevo sistema, «acorde con el momento en el que nos encontramos»).
La posibilidad de extender la programación del Xcèntric (que se celebra los meses de noviembre y diciembre y es el único festival de cine que produce el CCCB, el resto los acoge) a unas jornadas bianuales en las que se discutir sobre las nuevas formas de arte audiovisual le pareció perfecta. La primera edición de Xperimenta empieza el lunes y en ella participa hasta el bajista de Pulp (Mark Webber, un enterado en lo que a experimental se refiere), además del realizador austríaco Peter Kubelka, uno de los grandes del sector.
«Austria es hoy en día la base del cine experimental. Canadá y los Países Bajos le siguen de cerca. Pero en Austria se ha convertido incluso en tarjeta de visita turística. Hablar de Viena es hablar de cine experimental», dice Antoni, que cree fervientemente que, este año, el cine raro «se va a poner de moda». Y va a dejar de ser raro. Para ello tiene que dejar de verse como cine maldito, dice.
