Entre toda esta vorágine de consumo en la que se vive o sobrevive y que tanto me aburre (¿hay algo más desidioso que el exceso?), un ingenioso propone un i-pod sexual. No asustarse con la tecnología que el cuento se explica fácil y no hay riesgo de electrocutarse: se trata de un reproductor de música que también es vibrador.
Va así: se baja la música del ordenador y se registra en el artilugio.Acto seguido se ajusta el ritmo de la vibración a la música elegida y por último se programa a la hora en que se desee iniciar el monobaile. «Se coloca tan fácil como un tampón», cuenta el lema marketiniano, de lo cual deduzco que o es sólo para chicas, o para chicas y gays, o para chicos héteros ávidos de nuevas sensaciones.Y que no se me olvide: es compatible con mp3. Existe, lo juro, métanse en la web de Le Boudoir y lo verán.
En cuanto a lo de la facilidad del tampón, es tan fácil como que para colocar en su lugar debidamente el primero de mi vida utilicé (más bien destruí) dos cajas de 10 unidades antes de conseguirlo. ¿Fácil? No me cabe ninguna duda de que el copy de la frasecita, gracioso él, es hombre y sabe de tampones lo que yo de cargas testiculares. En fin.
Aunque soy poco dada a las compras on line, me armé de valor y lo hice, lo compré. Tuve que recurrir a un amigo que sabe de tecnología para ponerle música, programarlo y todo eso, porque lo de leer instrucciones me supera. Llegados hasta aquí, voy seguidamente a compartir la experiencia con quien me lea. Éste es el guión ideal un día de autosexo:
8.30: ritmo lento para despertarse: Banana Pancakes, de Jack Johnson.
10.30: momento desayuno a ritmo de subidón con Crazy, de Generals Barkley.
11.15: reunión con el gestor para liquidación del trimestre: banda sonora de la película Odisea en el espacio.
14.00: Comida de prensa en el Moo: In a silent way, de Miles Davis.
16.30: momento ordenador y hasta las 19.00 horas: sesión aleatoria de Tunes.
20.00: convocatoria de prensa con cóctel en Cartier: Toccata y fuga en re menor, de J. S. Bach.
¡Dioooooos! Nunca había practicado el sexo ni con tanto ritmo ni tantas horas seguidas. Es agotador, desbordante, la abducción a una insoportable levedad del placer, cansadísimo, aburrido, es peor que montar a caballo durante todo un día.
Conclusión: me resulta más estimulante y sensual cocinar un buen fricandó que ir por el mundo con los bajos sonoros. Al menos no me preguntan si me ha gustado, la que pregunta soy yo.
anna.alos@yahoo.es