ALBERT MARTIN
Unas palabras mal medidas han vuelto a poner de manifiesto el sentir autodestructivo del Barça. El veredicto popular es unánime: hay que lapidar a Eto'o. El delito: su falta de mesura y ponderación.
Olvida el barcelonismo que el camerunés es el mismo que, con 16 años y jugando en el Leganés, quiso marcharse de un estadio al comprobar que no era titular. Aquel día ya exhibió su primitivo amor propio, y sólo aceptó quedarse en el campo bajo la condición de hacer el calentamiento con los titulares.
Su furibundo ataque del martes no fue un estudiado plan para poner a Rijkaard contra las cuerdas en un pulso con Laporta, ni una estrategia para acercar a Ronaldinho a un Milan que lleva años trabajando pacientemente en su contratación. Fue sólo un rapto de locura. La misma que un 20 de noviembre de 2004 le llevó a perseguir desesperadamente un larguísimo envío de Ronaldinho pese a la evidente ventaja de Roberto Carlos. Su ciega carrera tuvo premio: se coló entre el lateral y Casillas para marcar y llevó la locura, la suya, a la grada del Camp Nou.
Sin embargo, la gent blaugrana se lo ha tomado a las bravas, como acostumbra desde que se dividía en kubalistas y suaristas, discutía por Cruyff o Neeskens, y clamaba a favor de Rivaldo o Van Gaal. Tiene el pueblo culé un enfoque maniqueísta del mundo, y está tocado por sentimientos cainitas tan arraigados que a menudo ha reducido al club al tamaño de una miserable tribu de gentes rencorosas y mal avenidas.
El caso Eto'o no afectará a un equipo condenado a ganar. El Barça está en línea ascendente y sus rivales no se creen capaces de destronar a un equipo donde Xavi, Iniesta y Deco juegan juntos.A ello se añade la inyección que supondrá la renovada pugna de egos entre Ronaldinho y Eto'o, que, como ocurrió con Romário y Stoichkov, amenaza con convertir cada partido en un festival goleador.
Los futboleros, sin embargo, saben que ya nada será igual: con las cartas boca arriba es impensable que Ronaldinho y Eto'o vayan a seguir apuntando a la misma portería el próximo año. Uno de ellos se irá como lo hacen los grandes: sin funerales, entre insultos y dejando tras de sí un luto profundo entre una afición que ha vivido 1.000 veces la experiencia de quedarse huérfana.
Hasta que se concrete ese adiós anunciado, el Barça jugará de la misma manera que mataba Aquiles, que siempre se supo predestinado a morir joven y glorioso. Si por algo fue único este equipo es porque tuvo la virtud de estar cuajado por y para los niños.Nada de inocente habrá un equipo demoledor que sabe que cada partido que juegue le acerca más a su fin.
Lo que se ha perdido esta semana es poco más que un sentimiento romántico. El hechizo se ha roto, y el equipo que era la niña de los ojos del fútbol ha pasado a ser una Lolita desvirgada en un mundo sobrado de furcias veteranas.
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