Viernes, 16 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6270.
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GALERIA DE IMPRESCINDIBLES / PAUL AUSTER Publica su última novela 'Viajes por el Scriptorium'
Un hombre en una habitación
MANUEL HIDALGO

Cuando Paul Auster -que cumplió 60 años el pasado 3 de febrero- le hablaba al novelista Eduardo Lago de su admiración por Nathaniel Hawthorne, enfatizaba que el autor de La letra escarlata «se pasó 12 años en una habitación, escribiendo. Sólo salía durante el verano, a viajar por Nueva Inglaterra». Y añadía: «Me parece fascinante».

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Hawthorne, Beckett, Poe, Hamsun, Celan, Kafka y Borges -además de Cervantes y una esmerada selección de poetas franceses- son algunos de los escritores predilectos del creador de La invención de la soledad. Gente extraña, ciertamente. ¿Pero acaso no es extraña la determinación y la condición de todo escritor? Paul Auster respondió a esta pregunta, el pasado mes de octubre, en su discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias de las Letras: «Sin duda es una extraña manera de pasarse la vida: encerrado en una habitación con la pluma en la mano, hora tras hora, día tras día, año tras año, esforzándose por llenar unas cuartillas de palabras con objeto de dar vida a lo que no existe... salvo en la propia imaginación. ¿Y por qué se empeñaría alguien en hacer una cosa así? La única respuesta que se me ha ocurrido alguna vez es la siguiente: porque no tiene más remedio, porque no puede hacer otra cosa».

Dicho así, a secas, no me convence esa respuesta. Por poder, cualquiera puede hacer al menos una cosa distinta de la que hace. Su editor español, Jorge Herralde, recoge otra respuesta -o tal vez una aclaración complementaria- en un librito, Homenaje a Paul Auster, publicado en edición no venal. No venal quiere decir que no está a la venta, por si no lo saben. Dice ahí el autor de La noche del oráculo y El libro de las ilusiones: «La escritura es una enfermedad; escribimos para compensar carencias, para curarnos».

¿Qué clase de enfermedad es ésa?, ¿qué carencias hay que compensar?, ¿de qué necesita curarse el escritor? No es fácil tampoco la respuesta, pero, por lo menos, se puede rastrear en los libros de cada uno.

Sea la que sea la dichosa enfermedad, esa que impide a todo escritor que no sea Hemingway hacer cualquier otra cosa, está presente en Viajes por el Scriptorium (Anagrama), última novela de Auster, y tiene que ver con estar encerrado en una habitación, que por algo es para la gente sensata en general, y para las madres en particular, el camino más corto para ponerse enfermo, sólo sea porque, de hecho, es la situación de quien ya está previamente enfermo.

Un tal Mr. Blank, anciano sometido a los cuidados de una enfermera, Anna, y vigilado por una cámara, recibe en su claustrofóbica habitación las visitas de unos personajes cargados de demandas, reproches y peticiones de explicaciones. Yendo al grano: vamos comprendiendo que tales personajes son las criaturas imaginadas en el pasado por Mr. Blank, que es escritor y que, si se está en el secreto de los nombres y de los atributos, no es otro que un Paul Auster, ya viejo, que juega con los espejos a verse a sí mismo como creador y como su propia criatura.

El miedo a la muerte y al paso del tiempo o, dicho de otro modo, la desazón por no manejar las reglas fijas de la vida tiene mucho que ver con la presunta enfermedad del escritor, que desde un ego tan atribulado como prominente compensa su radical carencia de atributos divinos encerrándose en una habitación, con el narcisismo de los solitarios, para inventarse un mundo. No me molestéis, nos dice, que estoy creando el mundo. El mío, que ha de ser lo que yo no soy: inmortal. Pero este Mr. Blank recibe las visitas quejosas de sus criaturas -más o menos como en Unamuno y Pirandello- para protestar, del mismo modo que nosotros también protestamos, en la intimidad, contra el guión que Dios o el destino, con su providencia autoral o su música de azar, han escrito para nosotros.

¡Vaya porquería de éxito!, el del escritor, digo, que se pasa las horas y los días encerrado en una habitación comiéndose el tarro con estos asuntos.

Y menciono el éxito porque Paul Auster, nacido en New Jersey y residente en Brooklyn, lo tiene. Y bien gordo. Hasta el punto de que unido a su apolínea figura de hombre maduro, canoso, atractivo en vaqueros y con toque europeo; a su compatible estatuto de guionista y director de cine indie -va por su cuarta película, The Inner Life of Martin Frost, tras Smoke, Blue in the face y Lulu on the bridge-; al encanto e inteligencia de su segunda esposa, la rubia novelista medio nórdica Siri Hustvedt -que acaba de publicar un libro de ensayos, Una súplica para Eros (Circe)- y a la belleza estilizada y cuasiadolescente de su segunda hija, Sophie -Auster tuvo a su primogénito, Daniel, en 1977, dos años después de separarse de su primera esposa, Lydia Davis-, exquisita cantante, Sophie, digo, con toque afrancesado, y ese éxito, voy diciendo, ha estado o está medio a punto, entre la envidia y la ingratitud, de correr el riesgo de ser abordado u horadado bajo sospecha de constituir un glamouroso fresco mediático al liviano gusto posmoderno.

No hay motivo ninguno para tal encausamiento, más allá de la equivocidad de las imágenes públicas, y precisamente un libro como Viajes por el Scriptorium es una prueba contundente frente a cualquier indicio en contra, pues no es la clase de libro que pueda escribir un escritor que no lo sea hasta la médula. Pero también cuenta, cómo no, el itinerario.

No lo tuvo fácil el primigenio poeta, dramaturgo y traductor -y siempre aficionado a Willie Mays y al béisbol, como Woody Allen- del que 17 editores rechazaron su Ciudad de cristal cuando empezaba a sacar la cabeza, lejos de sus estancias y aprendizajes parisinos, tras mil oficios, un máster en la Columbia, el divorcio de sus padres y la muerte de su progenitor.

El creador de Leviatán y Brooklyn follies certificó en Oviedo algo muy hermoso: la universal avidez por el relato. Y terminó su discurso diciendo: «Nunca he querido trabajar en otra cosa». Mientras lo primero siga siendo verdad, y haya gente, como Paul Auster, dispuesta a hacer coincidir la avidez por el relato con el ansia por contar, habrá literatura. Buena cosa.


DOS DELANTE

RISOTERAPIA. El Cultural nos va a vender 13 películas de los Hermanos Marx, que tanto divertían a Salvador Dalí. Y no es de extrañar, porque los Marx ofrecían un mundo caótico y confuso, muy cercano a la subversión del surrealismo y, si bien se mira, al mundo actual. Mi preferida, de lejos, es Sopa de ganso.

BULOS. Ayer vi en el periódico a Joaquín Sabina, junto al torero José Tomás, y me acordé de una de sus letras: «Es mentira que un bulo repetido merezca ser verdad». Hoy ocurre que las mentiras repetidas merecen el crédito de la verdad, pero lo grave es que, prácticamente, la idea de bulo ha desaparecido. Verdad es la mentira que más suena. La opinión, a menudo.

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