CARLOS BOYERO. Enviado especial
BERLIN. - Si hago fatigada memoria de ocho días desde que empezó la Berlinale y amueblada hasta ahora con unas 25 películas de obligada visión descubro que lo único que me ha justificado pasar horas en el cine o disfrutar con él son cinco películas habladas en la lengua del Imperio. Sólo dos de ellas pueden optar a premios, ya que las otras aunque figuren en la sección oficial no entran en competición. Las aspirantes a que les puedan caer agradecidos Osos son la magnífica El buen pastor y la tan elaborada como fría El buen alemán. Y las que no compiten en el palmarés son Cartas desde Iwo Hima, Diario de un escándalo y The Walker.
Sospecho que estos gustos míos no son tan marcianos, sino que los comparten transparente o secretamente bastantes de los asistentes a esta insufrible edición de la Berlinale, aunque algunos profesionales del simulacro afiliados a ese principio tan conveniente de tirarse el rollo internacionalista afirmando que el gran cine sigue vivo gracias a los nuevos y apasionantes caminos que están inventándose los directores europeos o asiáticos, sólo admitirían en el confesionario que también a ellos se les cierran los párpados con los ladrillos que intentan prestigiar, mientras que ni dios abandona la sala cuando el siempre denostado cine norteamericano mantiene un nivel medio o alto.
Hay excepciones en esto, por supuesto, pero lo normal es que esas películas con la firma de Hollywood o del cine independiente que se hace en Estados Unidos sean el plato más digerible o sabroso en los festivales de cine. Y hablando de excepciones, la película que ha dirigido Gregory Nava y que se titula Bordertown es irrevocablemente mala, tan comprometida como torpe, tan bienintencionada como inverosímil.
El terrorífico tema daba para mucho y bueno. Roberto Bolaño lo utilizó como tenebroso telón de fondo en su póstuma y excelente novela 666. Lo forman los incalculables y jamás aclarados asesinatos de mujeres en la ciudad mexicana de Juárez. Gregory Nava utiliza las investigaciones de una periodista chicana con excesivas ganas de hacer carrera que es enviada a México por un periódico de Chicago para que haga el reportaje de su vida sobre esos salvajes enigmas.
La tesis del director, de que detrás de la violación y el crimen de esos miles de mujeres anónimas existen intereses políticos y económicos empeñados en que no se descubra la verdad, puede ser más cierta que imaginativa, pero eso no impide que todo suene en Bordertown a impostado, previsible, sensiblero, tópico, facilón e incluso ridículo. Los personajes son de cartón piedra, los diálogos y las situaciones bordean lo grotesco, el tono de denuncia está forzado y las interpretaciones tienden a lo lamentable, empezando por una Jennifer Lopez que al igual que la sabuesa a la que intenta inútilmente dar vida parece todo el rato que trata de redimirse de su frívolo estrellato encontrando y asumiendo sus auténticas raíces hispanas y luchando por la causa de sus paisanos más humildes, explotados y machacados. El misterio alrededor de ese infierno mexicano sigue necesitando que un buen guión y un director inspirado y sólido se ocupen de él.
Tampoco hay nada estimulante que contar de la pastoril película china Hyazgarl, crónica inútilmente costumbrista de la vida de una familia en un pueblo del desierto, o de los pretenciosos ejercicios sobre la nada con los que nos castiga Jacques Rivette, director de culto que se siente en los festivales como en su propia casa ya que fuera de ellos su eco es limitadísimo o inexistente, en la insoportable No toquéis el hacha, que cuenta con su plúmbeo estilo los desgraciados amores entre un general cojo y una duquesa estrecha que acabarán con la dama internada en un convento de clausura. Se han escuchado algunas risas de entendidos en la sala, imagino que celebrando el ingenio de Rivette, pero yo no pillo las claves de esa diversión. Sólo me provoca hastío, unas ganas irreprimibles de que se acabe cuanto antes.
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