'¡Ay. Carmela!'
Autor: Sanchis Sinisterra. / Dirección: Miguel Narros. / Escenografía: Andrea D'Odorico. / Intérpretes: Verónica Forqué y Santiago Ramos. / Escenario: Teatro Fígaro.
Calificación: ***
MADRID.- Carmela y Paulino, variedades a lo fino; pero en aquellos tiempos de barbarie, en plena Guerra Civil, las cosas todos las hacían a lo bestia. Mas ha de quedar claro, para evitar equívocos, que el zafarrancho de combate lo desató Franco el 18 de julio; aunque sospechosos revisionistas pretendan hacernos creer que el Alzamiento fascista fue una medida preventiva de defensa. Parece que este país endemoniado, por el que sigue vagando la sombra de Caín, necesitara despedazarse de vez en cuando para establecer un siniestro equilibrio ecológico. Y luego, vuelta a empezar; con innumerables paulinos al pairo y con incontables carmelas volviendo del más allá. Ahora mismo, gracias a una derecha montaraz y una izquierda impostora, el abismo se ahonda y la sombra de las dos Españas es más que una abstracción intelectual.
¡Ay, Carmela! es una de las obras más perdurables y más sencillas de Sanchís Sinisterra, autor que tiene muchas obras perdurables y difíciles. Verónica Forqué la estrenó hace 25 años y eso puede ser un síntoma bueno o malo, no lo sé; que una actriz, un cuarto de siglo menos joven pueda hacer el mismo papel de hace 25 años resulta perturbador. Quiere ello decir que los tiempos no avanzan sino que retroceden o que, por lo menos, se estancan. Con el tiempo escénico sucede igual. Que Carmela vuelva del más allá para rememorar su muerte por defender a los brigadistas vejados, es un recurso teatral más que una metáfora, aunque también. Es, en todo caso, la constatación melancólica de que, en una guerra, no hay lugar para la inocencia. Es el mal sueño de Paulino, el superviviente cagón, arrebatado por el vendaval bélico. Paulino es un hombre neutro, ni facha ni rojo, un ser patético, abrumado por el miedo de no acertar con la palabra o el saludo que le permita seguir viviendo; un perdedor apuntalado por la generosidad y el arrojo de Carmela, una heroína. Es un pedorro, literalmente, cuyo número fuerte en un escenario es la administración controlada del estruendo de sus ventosidades. Pero, se lamenta: «los pedos no son arte».
Dos personajes conmovedores, como conmovedores resultan Ramos y Forqué. Aquél toca las fibras más sensibles de la gente de bien, tanto en el romance de Federico de Urrutia sobre un Cid caudillo agrario de la Falange, como en el desconcierto del cómico pusilánime. Sobria y sombría escenografía de D'Orico y una dirección de Narros a caballo entre la épica y el intimismo. El asesinato de Carmela, con la subversión de los brigadistas al fondo, mantiene intacta su fuerza demoledora. De Verónica Forqué conmueve su sonrisa, sus ojos, su rebeldía inocente; aunque incomode y, a veces irrite, su tono de voz, su soniquete.