Una tanqueta de la Policía Nacional a la entrada del recinto ferial de la Casa de Campo. De camino, hileras de furgonetas blindadas y de agentes antidisturbios. Un helicóptero sobrevolando la zona, a veces a baja altura. El gran dispositivo de seguridad parecía preludiar un evento multitudinario, con masas manifestándose a las puertas de la sede de la Audiencia Nacional, decenas de víctimas protestando por no poder acceder a la sala, cientos de curiosos y una pléyade de periodistas sin acreditación. Y no hubo nada de eso.
El comienzo del juicio por la mayor matanza terrorista de la Historia de Europa no despertó la expectación esperada. La sala de audiencias (con capacidad para 80 personas) ni siquiera se llenó, y las habitaciones reservadas para las víctimas no registraron ni media entrada. Eso sí, las pocas que acudieron ofrecieron, una vez más, una lección de discreción y serenidad.
Javier Gismero, que resultó gravemente herido en la explosión del cuarto vagón del tren de la calle de Téllez, se negó a permanecer en la estancia reservada para los afectados e insistió en entrar como público. Como él hicieron muchas otras víctimas, que así se sentaron a apenas unos metros de los acusados, y prácticamente sin separación física entre ellos. «Yo necesito ver a los que fueron capaces de hacer eso, pero no a través de una pantalla de plasma: quiero ver su mirada», insistió Javier.
Explicó cómo, cuando los 29 procesados fueron introducidos en la sala, tuvo una «gran emoción». «Después ya estuve muy tranquilo, aunque al verlos, no dejaba de preguntarme: '¿Cómo es posible que unas personas tan jóvenes hayan hecho algo así?'». Como el resto de víctimas presentes, afrontó con gran entereza el comienzo de la vista oral. Javier se mostró convencido de que el tribunal va a realizar un «esfuerzo titánico por encontrar la verdad: no mi verdad, ni la de EL MUNDO o la de El País... La verdad».
Por la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) sólo asistieron cinco familias, que además renunciaron a volver después del receso de dos horas que se hizo para el almuerzo. La responsable de su Departamento Social, Beatriz Barcia, aclaró que sólo unas 30 o 40 familias -una importante minoría- lo habían pedido, y que muchas de éstas prefirieron no acudir el primer día, para evitar «la gran expectación mediática».
Las que sí lo hicieron, según Barcia, «lo han vivido con mucha tranquilidad, aunque obviamente las procesiones van por dentro». «Para algunas, este proceso es positivo; para otras, les puede hacer revivir las patologías psicológicas que sufrieron tras el atentado. Cada una es un caso diferente», dijo Barcia.
La Asociación de Ayuda a las Víctimas del 11-M tampoco agotó su cupo de acreditaciones: sólo fueron 15 de sus asociados, entre las que no se encontraba su presidenta, Angeles Domínguez, quien se excusó en que «no estaba preparada». Syra Balanzat, psicóloga de la asociación, recordó que «el primer día era especialmente difícil, ya que las víctimas no saben a qué se van a enfrentar».
Otro grupo, de unas 15 personas, acudió acompañado de una trabajadora social de la Oficina de Apoyo del Ministerio del Interior.
Por el contrario, a la asociación que preside Pilar Manjón las 50 invitaciones que recibió se le quedaron cortas. «No sé por qué no nos han dado más: ahí dentro, desde luego, había muchos que no eran víctimas», se quejó Manjón.
Ésta, que a la entrada aseguró que sentía «mariposas en el estómago» ante la posibilidad de ver cara a cara a los «posibles asesinos» de su hijo, comentó durante un receso que, en el momento en que entraron los 29 procesados, se colocó frente al habitáculo blindado y les miró directamente a la cara. Añadió que ninguno de ellos pudo sostener su mirada. «Que recuerden mi cara, porque voy a ser su peor pesadilla», proclamó.
Las declaraciones de Manjón antes, durante y después de la sesión fueron de lo poco que justificó la presencia de más de 200 periodistas de todo el mundo en los alrededores de la sede judicial. Para ellos, la de ayer fue una jornada de tedio, apenas sazonada con otras intervenciones, como la que realizó el diputado popular Gustavo de Arístegui para la BBC, en un perfecto inglés.
Por lo demás, apenas revolotearon unos pocos curiosos, que contribuyeron a animar un día que para muchos empezó a las 7.00 horas. Así, un grupo de jubilados consiguió burlar el cordón que organizó el jefe de seguridad de la Audiencia -que facilitó enormemente el trabajo de los medios- y fue invitado a abandonarlo por un policía. «¿Pero usted no sabe quién soy yo?», replicó, entre risas, uno de ellos.