ECavalleria Rusticana
Director musical: J. López Cobos. / Director de escena: Giancarlo del Monaco.
I Pagliacci
Director musical: J. López Cobos. / D. de escena: Giancarlo del Monaco. / Reparto: Violeta Urmana, María Bayo.
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ste famoso programa doble sigue manteniendo su puesto imbatible dentro del repertorio operístico. Es posible que la razón de tal permanencia no sea otra que su eficacia como contraste, su capacidad de revulsivo, el fuerte sabor de una música que huye de la niebla, la sugerencia y el difumino para retratar emociones fuertes con la aspereza y la contundencia de un folletín popular.
Cavalleria Rusticana e I Plagliacci repiten un equivalente episodio de adulterio, con paralelo castigo a los culpables, muertos a navajazos. La nobleza rústica hiere por igual al campesino y al saltimbanqui, que sufren compartiendo con el sano pueblo los mismos lugares, la plaza, la iglesia, la taberna, que la música resalta y celebra alternando vulgaridad y eficacia, color local y apunte psicológico, a través de un estilo que pretende pintar fragmentos de vida como reacción a las fantasías románticas.
Mascagni se basó para su ópera Cavalleria Rusticana en un relato del escritor Giovanni Verga, a quien disgustó profundamente la versión musical; el suyo sí era un realismo auténtico, desprovisto de toda ganga sentimental.
Leon Cavallo escribió el libreto de I Pagliacci sobre una historia auténtica que él conocía bien: jugó de pequeño con el niño campesino que, luego enamorado de la artista ambulante, sería asesinado por el marido de ella.
Giancarlo del Monaco prescinde de las aldeas meridionales para ambientar Cavalleria en un espacio blanquísimo, una cantera de mármol o una mina de sal, e I Pagliacci en un suburbio romano. En el primer caso, se trata de desplazar el drama rural a la solemnidad de una tragedia griega, pues también viste a todos de negro, lo que produce un efecto de cucarachas sobre una mancha de harina; se pierde así tipismo, sin ganar necesariamente tensión dramática, ahogada por la monotonía. En el segundo caso, se cita al cineasta Fellini de La dolce vita, cuando estamos más cerca del Zampanó de La strada; el movimiento escénico es muy plástico y el buen sentido teatral del regista, guste más o menos su propuesta, acaba por imponerse.
El éxito obtenido se debe sobre todo a la orquesta, el coro y las sopranos.
La dirección musical de López Cobos es sobresaliente; hace falta valor, convicción y una peculiar sabiduría para comunicar los secretos de una música intrincada en su aparente facilidad, lo que la orquesta consigue plenamente. También resulta muy acertado el coro, enlutado primero, más suelto y jacarandoso después, multiplicando unas emociones a él encomendadas.
Violeta Urmana, poco apoyada por su aspecto de viuda troyana, hace una Santuzza sombría pero de rotundo poderío. También es notable la Nedda de María Bayo, potenciada por su condición de fiero animal escénico, que sin duda madurará en el futuro desde este prometedor inicio.
Correctos los personajes secundarios y francamente insuficientes los tenores, sin duda el más evidente punto negro de esta producción premiada con aplausos entusiastas.