Una crisis monumental se cierne sobre las tensas relaciones ruso-estonias. El Parlamento de la más septentrional de las repúblicas bálticas aprobó ayer por un estrecho margen (46 votos a favor y 44 en contra) una polémica ley que pretende dar cobertura legal a la retirada, del centro de Tallin, de una enorme estatua de bronce dedicada al soldado soviético, representado como liberador frente a las tropas nazis.
En las tres repúblicas bálticas, que fueron anexionadas por la URSS al final de la Segunda Guerra Mundial, el epíteto liberador se confunde con el de ocupante cuando anda por medio el Ejército Rojo.
Apoyada por el primer ministro, Andrus Ansip, la ley fue vetada ayer in extremis por el presidente de la república, Toomas Hendrik Ilves, que apeló a la Cámara a «no dar argumentos a Rusia para que acuse a Estonia de que reescribe la Historia y defiende el fascismo». Sin embargo, el debate, como la estatua, sigue en pie y la ley podría volver a la Cámara para ser votada en los mismos términos.
Cuando Estonia amenazó hace unas semanas con retirar el monumento, Moscú se quedó de piedra y advirtió a Tallin que dicho movimiento conllevaría sanciones y consecuencias «extremadamente graves» para las relaciones bilaterales. A esta reacción, siguieron réplicas no menos abruptas, como la del embajador ruso en Estonia, Nikolai Uspenski, que en una entrevista con un diario estonio tachaba ayer de fenómeno «monstruoso e inaceptable» la retirada de monumentos «dedicados a soldados que combatieron al lado de la coalición antinazi durante la Segunda Guerra Mundial». El ministro ruso de Asuntos Exteriores, Serguei Lavrov, habló en su día de «acto sacrílego», debido a que bajo el monumento yacen los restos de al menos 13 soldados soviéticos muertos en combate en 1944.
Actitud «irresponsable»
Poco después de haber sido votada la ley en el Parlamento, el presidente estonio, Toomas Hendrik Ilves, se apresuró ayer a desactivar una crisis que crecía como bola de nieve y afirmó en un escueto comunicado que no firmará la ley porque contraviene la Constitución. «He decidido no promulgar la ley», notificó el presidente, que acusó a los diputados de mantener una actitud «irresponsable».
El pasado enero, más de 2.000 personas (en su mayoría pertenecientes al 12% de rusos que viven en Estonia) se concentraron junto al monumento para protestar contra los planes de retirada.
Ésta no es la primera vez que las repúblicas bálticas y Moscú chocan por una estatua. En la primavera de 2005, Lituania amenazó con no comparecer en los fastos moscovitas por el 60º aniversario de la victoria contra los nazis si el Kremlin daba luz verde a la inauguración en Moscú de una estatua del dictador comunista Josif Stalin, sentado junto con el presidente de EEUU, Franklin Roosevelt, y el primer ministro británico, Winston Churchill. La estampa de los tres líderes, icono de la cumbre de Yalta que inauguró en 1945 la Guerra Fría, no se concretó en piedra, aunque sí se realizó en arena.
Repartidos por el territorio ruso, los monumentos a los soldados del Ejército Rojo caídos en la Segunda Guerra Mundial son objeto de devoción casi religiosa. La desmembración de la URSS ha dejado a muchos de éstos a merced de embestidas rusófobas y nacionalistas.