La familia socialista permanece dividida a la sombra matriarcal de Ségolène Royal. Es verdad que el mitin programático del pasado domingo se había presentado a la opinión pública como un ejemplo de homogeneidad y disciplina, pero el eco de los sondeos adversos y la proliferación de fisuras han relativizado la maniobra de resurrección.
Empezando porque el equipo de la Zapatera ha perdido al asesor responsable de asuntos económicos. Se llama Eric Besson, es diputado nacional y ha decidido desligarse de la campaña por la falta de transparencia pecuniaria que mostraba el menú a la carta de Ségolène.
La candidata de Partido Socialista al Elíseo prometió el 11 de febrero un ambicioso programa de medidas sociales -subida del salario mínimo a 1.500 euros, incremento de las pensiones, 120.000 viviendas protegidas al año...-, pero los asistentes al ceremonial y los telespectadores carecieron de cualquier información concreta sobre el coste del programa y sobre la manera en que iba a financiarse semejante giro a la izquierda.
Fue de Ségolène la idea de eludir las cifras. Prefería hablar de ideas. Quizá para evitar cualquier alusión a la subida de impuestos o para eludir la contradicción que suponía denunciar la deuda francesa y promover, al mismo tiempo, iniciativas destinadas inevitablemente a aumentarla. Eric Besson no estaba dispuesto a callarse. Dijo que su plan financiero comportaba 35.000 millones de euros. Bastantes menos, seguramente, de cuantos suponía llevar a la práctica las promesas celestiales de Ségolène.
Las divergencias han conducido al divorcio. Dice el PS que Besson ha abandonado la nave por razones personales, pero el maquillaje dialéctico no consigue esconder la división del acuartelamiento socialista. Ni siquiera cuando unos y otros halcones se habían avenido a sostener a la candidata renunciado a las rencillas internas y a las crisis de sectarismo.
«No me explico cómo Ségolène Royal va a poner de acuerdo a los franceses si ni siquiera pone de acuerdo a los miembros de su propia familia», replicaba con ironía y oportunismo Nicolas Sarkozy.
El candidato del partido gubernamental (UMP) se encuentra en la isla de Reunión (Océano Indico) para darle un aire de ultramar a la campaña y para releer con indisimulable euforia el enfoque favorable de los últimos sondeos.
El diario Le Parisien, por ejemplo, concede al ministro del Interior una intención de voto del 33% en la primera vuelta del 22 de abril. Es decir, cuatro puntos por encima de Ségolène Royal, cuya popularidad vuelve a ceder terreno pese al jaleo plebiscitario obtenido el pasado domingo. Las diferencias serían aún mayores en el trance de la segunda votación. De acuerdo con el periódico parisino, Nicolas Sarkozy ganaría los comicios con el 54% del consenso, mientras que la candidata socialista tendría que resignarse con el 46% en plena crisis de su imagen política.
Llama la atención el aspecto amateur de la campaña socialista. También sorprenden los sobresaltos que sacuden el tour popular de madame Royal. Incluidos los abucheos y los insultos que le recibieron contra pronóstico anteayer en un estadio de rugby de las afueras de París. Teóricamente lo había organizado el PS como una prueba de calor y entusiasmo deportivos, pero los decibelios adversos transformaron el mitin en una demostración de la incertidumbre que amenaza las filas socialistas.
«Yo me ocupo de los verdaderos problemas», respondía ayer Royal cuando le preguntaron sobre la dimisión de Besson. «Estoy aquí para hablar de empleo, de empresa, de política industrial. ¿Quién conoce a Besson? ¿Usted conoce a Besson?», preguntaba la candidata a unos de los operarios que la esperaban en una fábrica de la localidad de Airaines.
La maniobra de desdramatización se atiene a cuanto había declarado Jean-Louis Bianco, director de la campaña de Ségolène. Primero aclaró que el caso Besson era un mero accidente «por razones de método». Después dijo que se había nombrado como sustituto a Michel Sapin, ex ministro de Economía socialista y nuevo concursante a lo que parece ya la cuadratura del círculo.