R. A.
Jacques Chirac se nos marcha. Todavía no lo ha declarado oficialmente, pero cada entrevista, cada libro y cada gesto redundan en la sensación de que el Jefe del Estado va a abandonar el Elíseo y va a conjurar la tentación de presentarse a los comicios presidenciales. De otro modo, no hubiera hablado con tanto énfasis retrospectivo en la reunión de los países africanos que ayer mismo ofició en Cannes (Costa Azul).
La prioridad de la agenda era la emergencia de Darfur, pero Jacques Chirac hizo una especie de balance de los últimos 12 años consciente de que nunca más va a tutear a sus colegas de Africa con los galones de jefe de Estado.
«Amo Africa, sus territorios, sus culturas. Sé que el continente porta un dinamismo excepcional. Tengo confianza en su porvenir. Desde hace 12 años he ido asistiendo felizmente a la evolución de este espíritu nuevo», señalaba el presidente francés en clave paternalista. Fue el ángulo más emotivo y más sentimental de una cumbre en la que Chirac presionó al Gobierno de Sudán para que acepte una fuerza de paz internacional en Darfur, territorio de una guerra civil que acumula 200.000 víctimas mortales y 2,5 millones de refugiados.
Hechas estas aclaraciones, el presidente francés advirtió en un contexto más general que Africa está ante la disyuntiva de aprovechar la oportunidad de desarrollarse económicamente o ceder «a los egoísmos» que se manifiestan «en el pillaje y el aislamiento». Lo hizo como anfitrión de la XXIV cumbre de jefes de Estado Francia-Africa. La última cumbre de Chirac.
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