LUIS MARIA ANSON
Stephen Hawking, Premio Príncipe de Asturias, hombre que derrama sagacidad y luz desde su universo reducido a una silla de ruedas, acaba de decir en Londres, en un encuentro científico: «Desde Hiroshima y Nagasaki no se han empleado armas nucleares en guerras, aunque hemos estado demasiado cerca en más de una ocasión. Si no fuera por nuestra buena suerte, estaríamos todos muertos. Si los gobiernos y la sociedad no actúan ahora mismo para destruir las armas nucleares e impedir más cambios climáticos, nos enfrentaremos a gravísimos peligros».
Rusia y Estados Unidos mantienen intactos sus arsenales nucleares. Inglaterra y Francia no ceden en sus posiciones. China incrementa su potencia atómica. India, Pakistán e Israel tienen ya capacidad para la guerra nuclear. Irán, y, aunque titubeante, Corea del Norte quieren sumarse al club del horror porque, como decía Mao Tsé-tung, «aquí no se sienta uno a la gran mesa de la negociación internacional si no lleva la bomba atómica en el bolsillo». Carlos París, en su Crítica de la civilización nuclear, reflexiona en torno al riesgo que ha asumido la Humanidad. Caminamos sobre el filo del átomo.
Stephen Hawking tiene razón. Por primera vez en la Historia, el hombre puede hacer realidad el Apocalipsis. Un conflicto nuclear nos dejaría a todos muertos. Meditar sobre la advertencia de Hawking, sobrecoge. Por eso parece lógico impedir que dictadores como los de Corea del Norte o Persia puedan disponer del arma atómica y por fanatismo ideológico comunista o por reacción de fundamentalismo islámico puedan echarlo todo a rodar. Ciertamente, quien mantiene su arsenal atómico intacto, como Estados Unidos, tiene poca autoridad moral para prohibir al presidente de Persia la paralización de su desarrollo nuclear. Pero estremece pensar lo que pueda pasar a la Humanidad si aceptamos que pequeñas naciones, con el odio anticolonial temblando todavía en sus fronteras, dispongan de arma-mento atómico.
Khruschef quería doblegar a Estados Unidos pero, cuando Kennedy se puso serio, la escuadra nuclear soviética dio marcha atrás y renunció a establecer en Cuba la amenaza nuclear. Khruschef estaba al frente de una poderosa nación y predominaba en él el sentido común. Ahmadineyad o Kim Song son dos fanáticos autoritarios que pueden encender, en reacción convulsiva, el polvorín nuclear. Y más vale prevenir que curar. El mundo tiene la obligación moral, como ha pedido Hawking, de negociar con esos dos personajes inquietantes de Corea y Persia para taponar su inquietante camino hacia el armamento nuclear.
Menos mal, eso sí, que reyes y presidentes de todo el mundo, científicos e intelectuales, se dirigen ya a Rodríguez Zapatero para que el líder español encienda su lucecita de Moncloa y exponga ante los ojos asombrados del mundo su solución para paralizar en Irán y Corea del Norte la carrera del armamento atómico, la noche nuclear que se cierne sobre el mundo. Todos esperan del presidente por accidente que arbitre una fórmula magistral como la alianza de civilizaciones o el plan de paz para Oriente Medio. Se resolvería así la eventual amenaza nuclear que puede descargarse desde Irán y que alarma a personajes tan indiscutidos como Stephen Hawking. Seguro que el gran científico se muere de gusto si nada menos que todo un Zapatero dedica algunos minutos a atender sus preocupaciones.
Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española
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