FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS
El comienzo del juicio del 11-M habrá despertado en el ciudadano consciente de sus derechos, pero también de sus problemas para hacerlos valer, muchas y encontradas sensaciones. Se dice que lo que está realmente en los tribunales o sometido a juicio es la propia administración de Justicia. Y se añade que la condena debería darse por hecha tras el ominoso desastre de la instrucción del sumario a cargo del juez Del Olmo, que ha quedado ya para la Historia como la mayor calamidad que haya caído sobre la Justicia, en el más grave de sus casos.
Sin embargo, los partidarios de ver el vaso medio lleno dicen que precisamente por la calamitatis et miserie de Juan del Olmo y la fiscal Valeyá, todo gesto de Javier Gómez Bermúdez y sus compañeros de tribunal será especialmente apreciado, porque, del mismo modo que a los ciudadanos les da miedo pensar que gente del PSOE o del Gobierno pudiera haber participado en los atentados o, como mínimo, obstruido la acción de la Justicia para perseguir a los asesinos, hay muchos que quieren creer en los jueces porque no se atreven a confesarse a sí mismos que el Estado de Derecho no existe en España. O que tiene dificultades insalvables para existir cuando se atraviesa en su camino la política, como es el caso de esta masacre que buscaba echar al PP del Gobierno y que, evidentemente, lo consiguió.
Yo creo que las dos posturas son defendibles. Ha sido tan horrenda la actuación del juez instructor que cualquier desconfianza en la Administración de Justicia está avalada por los hechos. Pero la intolerable manera de instruir el Restario y el modo de actuar de la fiscal Sánchez -«en los trenes estalló Goma 2 ECO ¡y vale ya!»- nos hacen anhelar vehementemente la existencia de jueces y fiscales dignos de esos nombres.
Y como, sin duda, hay muchos fiscales y jueces respetables, nos aferramos a ellos como a un clavo ardiendo. Lo malo es que la desvergonzada operación político-mediática para hacernos comulgar con la rueda de molino de la Versión Oficial constituye un obstáculo difícilmente superable. Y lo normal es que gente que ha sido capaz de actuar de forma tan infame en estos tres años se supere a sí misma. Eso, aparte de que la deficientísima y probablemente delictiva investigación poli-judicial haga intransitable el camino hacia la verdad de los hechos.
Ojalá me equivoque. Ojalá los jueces del 11-M sean capaces de remediar y no sólo de remendar el desastre institucional que los precede. Triste es reconocer que la invocación a la Justicia por encima de la política es de orden melancólico, como explicó Juaristi en su libro sobre el nacionalismo vasco, instalado en el empeño de recuperar algo que nunca existió. Nuestro Aitor se llama Gómez Bermúdez, y, de momento, pertenece más al orden del deseo que al de la esperanza.
|