Manu Chao reapareció en directo como a él le gusta: por sorpresa y sin darle mayor trascendencia al subirse a un escenario que la de tocar por tocar. Por pura diversión: su diversión, y la diversión de un público reducido que sabía a lo que iba -la actuación relámpago en la sala Salamandra de L'Hospitalet del pasado jueves no era precisamente un secreto a voces, pero la información había circulado por el exclusivo canal del boca-oreja- o que se encontraba la fiesta dispuesta y con el ídolo encima de las tablas.
Muchas caras de sorpresa se vieron entre el personal desprevenido que llegaba tarde, a la hora en la que las pandillas se van de copas -«oh, es él»-, seguidas de frotamiento de ojos, el reglamentario pellizco y abrazos de felicitación: un show sorpresa de Manu Chao no se lo encuentra uno todos los días.
Y menos un show con sabor a rumba en el que Chao sigue reinventándose, devolviendo a Barcelona los favores que de la ciudad y la vida en sus calles ha recibido el músico francés en los últimos años.Acompañado por Los Sicarios de la Calle, una de las muchas fórmulas que puede reproducir su comuna de músicos, la Radio Bemba de toda la vida, Chao se regaló en lo que de verdad sabe hacer: asimilar la música popular para reconstruirla de una manera sincera y original. Si otras veces ha sido el reggae o la música latinoamericana, hoy Manu Chao se sumerge sin complejos en la rumba catalana.
Uno de los momentos más intensos del privilegiado concierto fue Rumba de Barcelona, un clásico en su repertorio en vivo que, si ha aparecido grabado en disco ha sido precisamente en Radio Bemba Sound System live, su CD en directo. Como la auténtica música popular, la de Manu Chao no necesita ser fijada obligatoriamente en un soporte físico: circula de forma oral, de boca en boca, compartida de forma generosa entre músicos y fans; en Salamandra, todo el mundo se la sabía, como se sabían Lo peor de la rumba y otros títulos oscuros de su repertorio no oficial.
La rumba para él ya no tiene secretos. Potencia todos los elementos que hacen funcionar a la canción -los rasgueos veloces, las letras sencillas y los estribillos efectivos: no hay nada más fácil y más pegadizo si se sabe hacer bien- y evita cualquier tipo de maquillaje superficial. Fue como una jam: salir al escenario, tocar, improvisar, dejarse llevar por el ambiente y el creciente entusiasmo del público.
Sencillo y sincero: Manu Chao despierta amores y odios por igual, pero nadie le negará la virtud de la instantaneidad y la frescura de su música. Lo artifical con él no va. Evita los grandes recintos y prefiere tocar para la gente, a pie de calle o en cómodas pero alejadas salas de conciertos del extrarradio barcelonés, como la Salamandra de L'Hospitalet, local que frecuenta con saludable asiduidad. Evita ser el centro de las miradas, no se pavonea.Sale a tocar con una boina a cuadros y una anodina camiseta negra en la que se lee Golfo de México. Quizá fuera ese el único mensaje subliminal en tan grande fiesta: se sabe que es en el Golfo, gracias a las corrientes de agua y aire caliente, donde se forman los más terribles huracanes. Y Chao, cuando desprende su calor y recibe el ajeno desde el otro lado del escenario, también se convierte en un huracán imparable.
Volvió y en muy buena forma. El próximo concierto será quién sabe dónde y quién sabe cuándo, y habrá otras 300 personas con suerte que podrán decir algún día «yo estuve allí».