Ser internacional es un adjetivo que suena a medalla. Pero no se es más internacional llenando la feria de galerías de provincias extranjeras que atiborran sus stands con mercancía de segunda clase. Para ellas parece no haber control de calidad; al contrario, creeríamos que se les exige traernos su quincalla más selecta.
En esta edición de ARCO hay galerías extranjeras magníficas, sí, pero también otras insustanciales, árboles que dificultan ver el bosque.
Por suerte, basta entrar al Pabellón 7 para encontrar la Galerie Karsten Greve y su deslumbrante selección: Josef Albers, Kounellis, abundantes y curiosos trabajos de la Bourgeois, pinturas de Soulages, Melotti y Cy Twombly. No está mal, ¿verdad? Justo enfrente está el espacio de la Pacewildestein, que compite con Agnes Martin, Rauschenberg, Alex Katz, Noguchi, Mangold y, por lo menos, otro Albers. Entre tanta oferta norteamericana asoma una pieza mastodóntica de Tàpies, un artista que esta vez se prodiga poco y que se antoja algo pesado.
Muy cerca, en la galería de Jeanne Bucher hay una curiosa escultura de Dubuffet y unas obras muy destacables de Viera da Silva, detalle vanguardisa que se agradece.
Como otros años, vuelve la oferta de lujo de la galería neoyorquina de Edward Tyler Nahem, ahora con una espléndida joyita de Gerhard Richter, una gran pieza de Mario Mertz, bronces de Miró y obras de Mimo Rotella, Polke y Baselitz. Un stand montado con gusto y exigencia. Ojalá siga visitándonos. Por su parte, la sala londinense de Michael Hoppen, especializada en fotografía, trae unos impactantes collages fotográficos del norteamericano Peter Beard y unas obras nostálgicas del pop inglés (sobre todo, de Peter Blake). En realidad, hay bastante buena fotografía realista en la feria. Por ejemplo, la del vecino Jeff Bark, que cultiva el desnudo con mucha elegancia. Espléndidas son las grandes fotografías de los escombros habaneros, bellas estructuras de colores salvadas por la cámara de Stephane Couturier y presentadas por Laurence Miller.
Mención especial merece la parisina Louis Carré & Cie, que nos trae unas cuantas esculturas de Eduardo Arroyo que han hecho furor en Francia, además de pinturas de Bores y Telemaque. Su espacio también tiene una instalación primitivista de Kcho. Como es tradicional, la presencia argentina está encarnada, sobre todo, en Ruth Benzacar y su hija Orly. Entre otras cosas, traen caligramas de León Ferrari, el gran artista rioplantense, y un tríptico de Liliana Porter.
La lista completa no cabe en una columna, pero no quisiera dejar de mencionar las fotos impresas sobre lienzo de Hannah Colins, expuestas en la galería Gering & López de Nueva York. Son unas piezas muy impactantes que se alternan con obras de primera como el alegre paisaje que firma Alex Katz.
Éstas son algunas de las obras que el critico se llevaría a casa si fuera millonario.