Sábado, 17 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6271.
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 CULTURA
57ª EDICION DEL FESTIVAL DE CINE DE BERLIN
Checo burlesco, adolescente, edípico y chinos urbanitas
El certamen vive la víspera de su palmarés con unos títulos que alzan levemente el tono de una sección oficial más bien mediocre
CARLOS BOYERO. Enviado especial

BERLIN. - A estas extenuantes alturas de una Berlinale más deprimente que memorable en los criterios para juzgar lo que te ofrecen, agradeces -como si se tratara de un oasis- cualquier película correcta, leve, que simplemente no agreda la vista, el oído y la desgastada paciencia. Ninguno de los tres títulos que ha exhibido en esta jornada la sección oficial provocaría entusiasmo si los ves en condiciones normales, en tu ciudad, si, al repasar la cartelera, decides elegirlos al azar, pero aquí tienen efecto de bálsamo o de milagroso reconstituyente.

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Yo, que he servido al rey de Inglaterra la dirige el checo Jiri Menzel, señor que, a finales de los años 60, dirigió la agridulce y muy grata de recordar Trenes rigurosamente vigilados, aunque, por si acaso, no he vuelto a verla ya que el cine de arte y ensayo de aquella época puede envejecer muy mal, y también la tendencia en aquellos años del espectador inquieto a valorar excesivamente cualquier película con certificado de exotismo y de subrayada autoría. Menzel, cuya obra sólo he podido seguir a través de los festivales, ya que la distribución comercial del cine del Este dejó de estar de moda -probablemente, con razón-, no me ha dado ninguna alegría desde entonces.

En esta ocasión, describe con tono paródico y limitada gracia la vida de un camarero precozmente buscavidas desde la primera mitad del siglo XX hasta la invasión nazi de Checoslovaquia. Este hombre, empeñado en poseer algún día un hotel, se convertirá en un experto en pequeñas raterías a través de hoteles de lujo, hasta que se le tuerce la fortuna y le enchironan. A veces -no muchas- esta sátira de la burguesía checa te arranca una sonrisa, incluso una carcajada. Menos es nada. Pero, evidentemente, tampoco iré corriendo a revisarla en el improbable caso de que se estrene alguna vez en España.

El director inglés David Mackenzie, del que había visto anteriormente las retorcidas y vocacionalmente sombrías El joven Adam y Asylum, vuelve a demostrar con su película Hallam Foe que lo que más le priva en esta vida son los personajes torturados y en situaciones extremas. Aquí utiliza a un adolescente con abrumador complejo de Edipo, que, a raíz del suicidio de su madre, se obsesiona con que a ésta se la han cargado entre el padre y su amante, por lo que, imitando la actitud de aquel inolvidable Barón rampante que imaginó el escritor Italo Calvino, decide subirse a un árbol, construirse allí un chamizo y pasar su vida observando desde las alturas la de los demás. Cuando no le queda más remedio que bajar para irse a buscar la existencia a la ciudad, tendrá una inquietante relación amorosa con su jefa al autoconvencerse de que el físico y la personalidad de ésta son clónicos a los de su difunta madre. Tema tan morboso y enloquecido, con jovencito problemático y que podría dar lugar a un insufrible catálogo de obsesiones mostradas con énfasis y grandilocuencia, afortunadamente está desarrollado por su creador con cierta frescura, ironía y piedad. Este neurótico chaval te acaba cayendo bien; sobre todo, por el encanto que le aporta el actor Jamie Bell, al que recordamos como protagonista de Quiero bailar.

A lo largo del festival, hemos visto varias películas chinas inevitablemente ambientadas en la vida campestre y con mínimas cosas que narrar. En Lost in Beijing, el director Li Yu ha cambiado el habitual registro de sus colegas y nos cuenta una historia ferozmente urbanita, la de una mujer casada que queda embarazada de su jefe y el acuerdo al que llega con éste el muy astuto y cornudo marido para poder trepar en la empresa.

Esta movida tirando a sórdida está descrita en tono de comedia, aunque el sentido del humor oriental a mí me resulta de difícil acceso. Pero me afirmo en lo del comienzo: estas tres películas más o menos se dejan ver y oír, no te ponen de los nervios. Y la tortura, felizmente, se está acabando.

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