Durante toda su carrera deportiva, Jonathan Edwards llevó a Dios consigo. Todos sus logros -que son muchos- eran gracias a la fuerza de su fe, que le ayudaba a llegar allí donde su humanidad no podía. Lo primero de todo era Dios, después el resto. Hasta el punto de que se negó a saltar en la final del Mundial de 1991 porque caía en domingo, el día del señor y no se podía trabajar, puesto que sería una falta hacia Él. Ahora, tres años después de haber dejado el foso, el ángel del triple salto ha perdido la fe y se encuentra sumido en una crisis matrimonial como consecuencia de ello.
Lo que parecía un rumor sin ningún tipo de credibilidad, dada la trayectoria vital de Edwards, se confirmó la semana pasada, cuando el plusmarquista mundial de triple salto (18,29) anunció que dejaba su puesto como presentador del espacio Song of praise (canciones de rezo) de la BBC por tener dudas sobre la existencia de Dios.
Hijo de un pastor anglicano, su estricta educación siempre le enseñó a seguir los dictámenes de la Biblia como guía de su vida. Su esposa, Allyson, también es ultracristiana, y está sufriendo la crisis de su marido, al no saber cómo afrontar su cambio en la forma de ver la vida y por la educación de sus dos niños. Por respeto a sus hijos, el ex saltador ha pedido respeto para la situación que atraviesa ahora mismo su familia.
Familia.
«Me encuentro en un momento muy difícil, pero se trata de un asunto profundamente personal y familiar y no tengo ningún deseo de hablar sobre ello, por favor, respetadme», dijo a los periodistas que cercaron su casa el pasado fin de semana.
Sin embargo, los tabloides británicos se han apresurado a hablar de separación, un extremo que ha sido desmentido por el mismo Edwards y sus amigos.
No obstante, se indicó que el ex atleta estaba viviendo en Londres separado de su familia. En realidad, según Edwards, viaja a la capital inglesa varios días al mes debido a su implicación en el proyecto olímpico de Londres 2012. Por ello, y como una inversión, ha comprado una casa en Westminster, lo que tan sólo ha servido para aumentar las especulaciones.
Los amigos del ex deportista se han apresurado a asegurar que el matrimonio está unido. De hecho, Edwards ha continuado yendo con su familia a los oficios religiosos todas las semanas.
Según Malcolm Foley, biógrafo y una de las personas más cercanas a Edwards, esta situación no ha sido de un día para otro, sino que ha sido un problema que ha ido creciendo tras su retirada. «La identidad de Jonathan estaba mucho más ligada de lo que él mismo creía al atletismo. Fue recordman y campeón olímpico y hasta que se retiró no se dio cuenta de lo mucho que todo esto significaba para él. Poco después comenzó a tener dudas en su fe. Éstas no han parado de crecer y quién sabe hasta dónde le llevarán», señaló.
A lo largo de toda su carrera, Edwards siempre agradecía todo a Dios. Para él, su capacidad de volar en el foso era un don del Señor. Esa convicción fue la que le hizo dar su brazo a torcer en 1993, en el Mundial de Stuttgart, y comenzar a competir los domingos. Hasta ese momento, era más conocido como un atleta irregular, ultracristiano, que llegaba a desdeñar la posibilidad de ganar medallas por cumplir con su fe. A partir de entonces, entendió que «el hombre no era para el sábado», como dice el Evangelio. y que era más importante aprovechar los talentos que le habían sido otorgados.
Ése fue el momento determinante en su carrera. A partir de ahí se centró en su disciplina y los frutos fueron llegando. Bronce en Stuttgart'93, en 1995 voló, en domingo, hasta los 18,43, aunque la marca no fue ratificada por exceso de viento a favor. El récord del mundo caería en Salamanca ese mismo año (17,98). Meses después superó la barrera de los 18 en el Mundial de Gotemburgo y lo dejó en un inalcanzable por el momento 18,29. En 2000, cumplió su sueño de ganar el oro olímpico.